lunes, 28 de febrero de 2011

desert boots de color marrón oscuro. llovizna al salir del trabajo, al límite de ideas limpias en la cabeza, tristeza en la boca, las manos en los bolsillos de la trenka, sesenta céntimos y un bonotren gastado

no sé hasta cuando, no se le ve el final. enciendo la estufa, la dejo al mínimo, miro fotografías en la pantalla del ordenador, elijo las mejores, amplío las imperfecciones de la piel, retoco levemente, las guardo en una carpeta nueva, pongo canciones que me gustan —raídas, ásperas de óxido— y que arañan como despedidas, el teléfono suena y detrás de la conversación el mundo se desmorona

los acantilados blancos de dover. es el último día de febrero y hace frío, el invierno sigue y las metáforas se anudan en la garganta, ésta es nuestra historia y se escribe en correos electrónicos y ventanas de messenger a destiempo

domingo, 27 de febrero de 2011

sueño que juank y yo paseamos por vic, hay una feria y todos los comercios están abiertos, apurando sus últimos días de rebajas. entramos en una tienda de deportes, buscamos un regalo de cumpleaños, encontramos un jersey que nos gusta pero cuesta cuatrocientos euros, no nos parece desproporcionado, acordamos con los dependientes —dos veinteañeros vestidos a la moda; uno de ellos lleva una vieja carpeta de anillas de color rojo con su nombre escrito, ramón cuesta escolach— pasar más tarde

comemos en un bar, pedimos cerveza y nos sirven vino blanco y zumo de naranja; pedimos vermut y nos sirven champán, no le damos importancia a los cambios, nu nu está con nosotros, ella bebe zumo de tomate y habla con juank, yo quedo al margen de la conversación, despierto, corazones y puños

café con leche a sorbos lentos, jaume vila está frente a mí. si no cambian las cosas será despedido en abril, no le preocupa pero el trabajo polariza casi toda la conversación, también el colegio de la pequeña irune —la puta manía de poner nombres vascos a niños de cualquier sitio—, un concertado en sabadell para el cual han tenido que recurrir al empadronamiento temporal de isabel en casa de sus padres, el misterio de las familias monoparentales en los colegios de pago

crema de verduras con demasiado apio, tres goles en mallorca y ninguno en riazor, esta tarde saldré con les a tirar un rato a canasta, me apetece sudar, sentir cómo la rabia de los últimos días se aleja y se deshace, que se haga de noche y no despertar

jueves, 24 de febrero de 2011

es jueves y creo que no tengo muchas ganas de nada, me encuentro vacío de emociones, plano, con un poso gris de rabia que me hace mirarlo todo de una manera fría y distante. acaba de llamar daniel. el interés que demuestran mis amigos por mi estabilidad me provoca náuseas y es injusto que lo diga: todo el mundo debería tener gente con la boca llena de palabras cálidas para los momentos difíciles. lamentablemente, ante tamaña demostración de amor sólo siento asco, vergüenza y una tristeza que no cicatriza demasiado bien. egoísmo, una enfermedad, un buen cáncer que no sale en las biopsias. así las cosas, casi prefiero reconducir la conversación hacia los terrenos comunes: es allí que daniel se mueve con la soltura de una diminuta perca naranja en tres litros de agua

(nueve reinas, de fabián bielinsky, en la televisión. la he visto dos o tres veces y no me apetece cambiar de canal. pienso en el gordo fabián, muerto mientras dormía a la edad de cuarenta y siete años. luego te quedas frío, la gente habla bien de ti y las lágrimas de tus novias te pintan las mejillas de oro, a tomar por culo hasta que brille)

miércoles, 23 de febrero de 2011

sueño que vuelvo a casa, es tarde y hace frío, subiendo por la calle padró, en un arriate, hay una bolsa grande de papel, un ruido como de chillidos diminutos y ahogados, tengo miedo pero la abro, hay dos perritos de color negro, acaban de nacer, tiemblan y están húmedos, los envuelvo en mi abrigo y corro hasta casa, me cuesta subir, siento que no avanzo y sufro por los cachorros, miro el reloj de la iglesia y veo cómo pasan las horas, se hace de día y apenas estoy en la esquina con calvari, sé que los animales están muertos pero necesito creer que no es así. me cruzo con unos chiquillos que van al colegio, me miran y se ríen de mí, miércoles, suena el despertador

domingo, 20 de febrero de 2011

(hay una imagen que se repite a lo largo del día, independientemente de lo que esté haciendo: una mujer me come la polla, siento placer y asco y vergüenza, podría correrme sin tocarme pero veo mi sexo en el suelo y un charco de sangre, estoy de pie en una habitación demasiado blanca y estoy solo, la mujer no está, allí no puede estar)

(la mujer es nu nu, la mujer es míriam, siento que algo me llena la garganta, un pez negro y áspero, intento tragar, vomitar, librarme, es imposible, la mano en el corazón y los pasos cambiados, insisto, me masturbo, semen sin placer, cuchillas de afeitar de color blanco y un hilo de miel amarga, fin del equilibrio y del fueye en el tango)
(hay una imagen que se repite a lo largo del día, independientemente de lo que esté haciendo: un pez negro me crece en la boca, necesito sacarlo pero apreto fuerte los dientes, tengo miedo de tragármelo, lucha con mi lengua, se queda quieto y espera, su cuerpo está frío, noto cómo late y me da miedo pero quiero tenerlo dentro de mí, en el fondo eso es lo que quiero. es difícil avanzar en cualquier dirección con ese fantasma dentro de)
vivo en una casa grande y vacía, oscura, se oyen gemidos desde una habitación al final del pasillo, una mujer se prostituye ahí pero no la veo nunca, ni a ella ni a sus clientes, apenas salgo de mi habitación

(esa casa es una finca regia del eixample pero en mi sueño ocupa el número cincuenta y tres bis de la avenida catalunya en cerdanyola del vallès, viví allí cuando era pequeño, tenía ocho años, eran unos pisos amplios con jardín para la comunidad al que llegabas después de atravesar un aparcamiento subterráneo. había gerberas naranjas y amarillas, también columpios, el río estaba más allá de la valla, antes vivíamos en reus, allí todo era más triste)

mi habitación es pequeña, sin ventanas, al lado de la cama hay una mesita de noche de madera oscura, me quito el ojo derecho y lo dejo allí, no me duele, sólo ha sido un pequeño movimiento, me sorprende seguir viendo tan bien, me quito el ojo izquierdo, puedo ver mis ojos en la mesita, al lado de una lámpara blanca apagada, no entiendo por qué sigo viendo, me pregunto para qué servían, hay un espejo debajo de la cama pero ese hombre no soy yo

escribo una nota en la parte de atrás de un sobre, no volveré pronto, la dejo encima de la cama, se oyen jadeos, cierro la puerta, bajo las escaleras y estoy en una estación de tren, no tengo billete, hay un tren antiguo, con camarotes de madera y butacas acolchadas en granate, el pasillo deja las puertas a la izquierda, hay gente que no conozco y la sensación es de miedo, apenas tengo dinero y no quiero gastarlo en un billete, pienso en míriam y en ben howe y despierto inquieto, son las siete de la mañana

(hay una imagen que se repite a lo largo del día, independientemente de lo que esté haciendo: me veo a mí mismo vomitando contra una pared, apoyado en ella, llevo una camisa oscura y pantalones claros, el vómito me llena la boca y me ahoga la nariz. es difícil avanzar en cualquier dirección con ese fantasma dentro de)

miércoles, 16 de febrero de 2011

hace calor en el autobús, está lleno pero todo el mundo bajará en la próxima parada, la de detrás del ayuntamiento, podré cambiarme de sitio y estirar las piernas, mirar por la ventanilla hasta que quiera bajarme y pensar en mis tonterías, descansar, no sé, todo eso, eso es todo

(escribir en el móvil: los movimientos, las coreografías del hombre casado, la ausencia de deseo, el pecho en llamas y culpas, sigue y suma. el único sexo que tengo me convierte en algo sucio, incapaz de acabar nada y sentirme vivo, eyacular algo que quema)

(escribir más en el móvil: pienso en ti y vomito, dice ella. me resulta imposible distinguir entre realidad y ficción, siluetas que se superponen, creo que nos miramos mientras me prende fuego, nadie más puede verla ahí, en la estación de tren, qué más puedo pedir, es mi secreto. los recuerdos manchan el corazón de ceniza áspera)

la versión de la enésima versión, el plagio consentido. el muro de edificios frente a la autopista, ahí vivía de pequeño, ahora las ventanas arden por el reflejo de las luces de los coches en retención, es una imagen bonita, busco el piso en el que vivía, la segunda hilera empezando por el final, las primeras ventanas empezando por abajo, la de la derecha, la que ahora está apagada, quién vivirá allí treinta años después

(tengo ocho años y un perro negro y tontorrón que se llama rodolfo, una mezcla de pastores, bernardo el hijodeputa le quema los huevos con cigarrillos, el mejor sitio para crecer mientras pienso en esas ventanas de fuego multicolor y en bernardo, cómo se hacía pajas con el truji en la portería del número cuatro y ahora el truji sólo es un despojo sin dientes que se arrastra de un lado a otro de la calle, aquí los yonquis nunca mueren)

(ahora tengo trece y el cuco nos parte la boca a todos por riguroso turno, hoy por ti, mañana por mí, el cuco, la cara de retrasado, los pantalones caídos, la voz ronca y las manos como palas para enterrarte vivo, soy un pozo de complejos en una familia de tarados, puto barrio de mierda)

me miro los pies, las zapatillas converse que llevo dejan los pies fríos, llovizna en la vida de color de rosa, la trenka se llena de gotitas minúsculas que brillan si las miras, la calle santa maria está llena de gente y míriam viene por ahí, sonríe, ha acabado el master, si alcanzas el final vuelves al principio

resaltar todo o sólo los aspectos importantes. bebemos cerveza en un bar al que sólo hemos ido una vez en todo el tiempo que llevamos juntos, hablamos del día, del proceso de selección en el que ahora está inmersa, puntos y entrevistas, de su trabajo, del mío no hay mucho que contar, palillos y aceitunas, otra copa, en la televisión hay videos musicales, últimamente no estoy bien, reflejos y cadencias en el lugar equivocado

lunes, 14 de febrero de 2011

me encuentro con pilar cerca de su casa y un niño pequeño camina detrás de ella, la saludo, la beso en la frente, sonríe, apenas hablamos, el niño concentra toda nuestra atención, es una personita preciosa que me toma de la mano y me enseña dónde vive, ahí la abuela, ahí mamá

mamá espera con las bolsas del supermercado en el escalón de la puerta, las llaves en la mano, siento vergüenza, despierto

camino calle abajo, compro chocolate en el caprabo de la calle balmes, camino pesadamente hacia casa por la calle cot, después calvari, estrella y sant joan. intento pensar en qué momento he despertado, si lo he hecho alguna vez

(lloviznaba a mediodía, es bonito un lunes así. sueño con un pasillo de puertas a la izquierda y amplias ventanas a la derecha —entreabiertas, con naves industriales a oscuras al otro lado—, un hombre viene hacia mí, un chaleco rojo, pantalones grises, camisa blanca de manga corta, calvo, canoso, siento miedo porque esa persona no debería estar allí, despierto, creo que despierto, se mezcla todo y ya no distingo nada)

domingo, 13 de febrero de 2011

(michael barnes, un afroamericano de apariencia afable y edad indefinida en torno a los cincuenta años, imprime panfletos contra las políticas intervencionistas y filocomunistas del presidente obama, lanzándolos después desde la ventana de su apartamento, el mil doscientos de la torre sears, en baltimore, maryland, seguro de la eficaz distribución que el viento hará de su mensaje. en la fotografía publicada en el periódico, el señor barnes —con un más que evidente parecido con richard pryor— sonríe ampliamente en la azotea del edificio en el que vive, con los brazos abiertos y un traje plateado que recuerda al mejor elvis, el de mediados de los setenta)
el camino más corto hasta las pistas de esquí es a través del desierto, dice daniel. una línea recta que cruza un paisaje monótono y gris, una pickup toyota negra, nubes bajas sobre una carretera tan vieja como el mundo

una vaca escuálida y dos terneros que no pueden mantenerse en pie por mucho que lo intenten; una hoguera que quema en el esqueleto de una ballena; alguien en el arcén, a lo lejos, que se lanzará bajo las ruedas de la camioneta a nuestro paso

es una mujer de mediana edad vestida con una túnica de color naranja, despanzurrada sobre el asfalto, con el vientre lleno de cachorros de perro que daniel acomodará en la parte de atrás del remolque sobre una manta amarilla. está viva y respira con dificultad. también hay un libro, el anuario de un colegio: la misma mujer mucho más joven, sonriente y con el pelo inusualmente blanco recogido en una cola de caballo ligeramente ladeada. pienso que era joven para tener tantas canas, soy una santa, me dirá ella, soy margot

despierto a las seis de la mañana, desayuno, vuelvo a la cama, intento dormir y lo consigo a trompicones, diez minutos, cinco, busco más paracetamol, me seca la boca, meo una niebla amarilla mientras pienso en esa tía, cómo coño se llama, jillian foxxx

sábado, 12 de febrero de 2011

sueño que hay una habitación oscura, grande, llena de literas en las que se ven cuerpos desnudos —blancos, asexuados, sudorosos— que follan en silencio, tan sólo la respiración entrecortada

alguien se levanta y me acerco, no tiene sexo, no tiene polla, tan sólo un pico negro entre las piernas, largo y afilado como el de un colibrí gigantesco, una mujer en la cama y su coño es un nido lleno de bocas hambrientas y ansiosas, pequeños picos de pájaro que hacen clac clac clac

bocas llenas de picos, culos llenos de picos, coños llenos de picos, pollas que son picos que entran y salen, siento asco pero quiero tocarlo, muevo la mano como si lo masturbase largamente, el tacto es frío y húmedo, se abre, se cierra, una lengua fina y suave me lame la mano y despierto, son las cinco de la mañana, me cuesta respirar, me quejo

míriam duerme a mi lado, tengo frío, me he convertido en un extraño, un adversario, los últimos meses son un infierno en la nuca; la felicidad, un choque de trenes

(la habitación. puedes buscar imágenes semejantes en un campo de concentración, literas formando enjambres donde esperar la muerte y el humo, la oscuridad)

viernes, 11 de febrero de 2011

niños a los que les explota la cabeza, nada más que eso, una imagen recurrente mientras trabajo, mientras pierdo el tiempo, mientras dejo que pasen las cosas, las horas, los trenes, los documentos de illustrator, niños con la cabeza llena de napalm mientras felicity lott canta no sé qué de francis poulenc, la voix humaine, imágenes que remiten a la soledad atrapada en hopper
 
pollas que follan bocas hasta el vómito, hasta la última lágrima, expresión máxima del amor, de la náusea y de los extremos que se juntan, haz así con los deditos y respira hondo antes de entrar

jueves, 10 de febrero de 2011

el jueves vacío. las horas en el estudio —sin apenas trabajo, sin apenas motivación— forman agujeros, tumbas, fosas comunes, forman un babi yar que es sólo para mí. cada minuto que pasa es una caverna de platón llena de visiones del infierno, un glory hole por el que mirar asustado, una puerta en la celda, plaga y oscuridad

el mundo es un lugar peligroso, me repito a mí mismo cada vez que respiro fuerte. es una ballena que se come a jonás y un cohete a la luna que estalla en pleno vuelo. es un puñado de palabras dejadas al azar sobre un trozo de papel doblado con cuidado, frases incomprensibles sin las instrucciones previas, la madriguera del zorro y el arca de noé llena de extraños

sólo entiendo la seguridad de estar en casa frente a la pantalla. he vuelto hace un rato de una reunión, la gente habla, toma notas, aporta ideas, debate y acepta, rechaza, se estudia. me concentro en las paredes de color granate y en la mesa negra. pienso en algo que empecé a escribir por la tarde: una sucesión de calles, trayectos por una ciudad, heridas que no cierran, semáforos casi siempre en rojo

miércoles, 9 de febrero de 2011

caminamos de la mano por un puerto de aguas sucias, daniel por delante de nosotros, lleva un celacanto en una gran bolsa de plástico, buscamos un sitio para comer, me quedaría en cualquier lado, insisto una y otra vez, lourdes no dice nada, lleva un vestido rojo que no le conocía, cuando vuelvas a casa no te olvides de mandarme todas mis cosas, me dice, todas tus cosas? respondo, sí, todas mis cosas, busca bien, tienes más de las que crees, me abraza, despierto, son las tres y media, enciendo la luz, sigo durmiendo

(el animal se revuelve en la bolsa, mis monstruos hierven dentro, se clavan en el pecho, dejan cicatrices que son coños tristes)

lunes, 7 de febrero de 2011

(resumen de alguno de los últimos movimientos: una ola con mi nombre dentro, un racimo de bombas, un celacanto que respira cuando respiro y me enfría, bebiéndose mis fuerzas)
los bolsos grandes albergan grandes planes. falda, medias, abrigo cerrado, zapatos de tacón, toda ella es color negro, delicada como una blythe de cincuenta años, rubia, bonita, con la cabeza ancha y rasgos finos, me resulta llamativa, labios pintados de rojo, alguien la está haciendo esperar, entra al bar, mira detenidamente, como si no conociera del todo a la otra persona y necesitase un plus de tiempo para examinarla, sale y vuelve a esperar en la calle, entra de nuevo y se sienta en la barra, pide una copa de cerveza, me da por pensar que es una princesa rusa, una anastasia cualquiera un sábado a las seis de la tarde, bebo café con leche mientras llega juank, me fijo en las mesas que me rodean pero realmente no estoy allí, no sé dónde estoy pero no estoy allí, a esta mierda le tendría que echar tres sobres más de azúcar para que me cambiara la vida

te mueres y suena chopin. bebemos cerveza en casa de jorge —un sobreático compartido en aribau con mallorca—, hablamos, reímos, comemos aceitunas y patatas fritas en el sofá, él camina descalzo por el suelo de parquet, bonitos calcetines a rayas negras y blancas, la pared del comedor es verde pistacho, una estantería con dvds, pósters de cine y dos alcayatas vacías, una televisión sin apenas volumen que ondea la mierda de un canal inexistente, marcharé sobre las nueve y bajaré por las escaleras porque no me gustan los ascensores, un hueco por el que cabría un piano de cola, finca regia en el eixample, un buen sitio para vivir, cerca del metro y del trabajo y del centro, asientos en los rellanos del tercer y primer piso, imagino señoras jadeando asustadas y me veo a mí mismo como en un espejo sin tiempo

camino passeig de gràcia en dirección mar, no estoy demasiado orientado, las tiendas cierran y la calle aún está llena de gente, fumo, tengo ganas de llegar a casa, preparar la cena, abandonarme en el césped imaginario de un partido de fútbol, rezar para que la paz sea esférica, messi marcará tres goles, leer un rato antes de dormir

hair shirt, de patrick mceown. la expresión hair shirt significa, literalmente, camisa de pelo, y designa a un tipo de cilicio, es decir: una camisa áspera hecha de crines que uno se pone como penitencia —texto copiado de la página cuatro del libro, nada que objetar—. pienso en los pecados de john y naomi, en los de chris, en los míos propios, me cuesta concentrarme, hiervo pasta, preparo zumo de naranja, míriam descansa en el sofá, está pálida, con ojeras, congestionada por un resfriado que no se irá nunca, noto una losa en la espalda, camino con cuidado, tengo miedo de caerme, soy una oruga que teje y teje una seda de mentiras, que se envuelve con cuidado en ellas, las mariposas nocturnas sólo son gusanos con alas que traen mala suerte

es domingo, son las siete de la mañana, camino en calzoncillos por la casa fría, preparo té en el microondas con una jarra de plástico amarillo, cinco minutos a la máxima potencia y lo que quedaba en el botecito de earl grey, me masturbo mientras hierve el agua, eyaculo en un kleenex, me mojo la mano, necesito concentrarme para apartar los pensamientos más o menos bonitos que me asaltan últimamente y concentrarme sólo en la basura, en recuerdos vagos y violentos, cuesta querer así

sábado, 5 de febrero de 2011

míriam quiere comprar un picador de hielo y le sugiero que podríamos ir a tal tienda, sé seguro que allí lo tendrán. el sitio resulta ser un almacén grande, desordenado y luminoso, vacío de gente, sin dependientes. es imposible que encontremos ésto aquí, dice ella, no está donde debería estar, con todas las cosas de casa. es entonces que veo una chica bajita y regordeta, rubia, ella nos ayudará (sé que antes de ese momento, en algún antes que no podría concretar pero que ha sido esta misma noche, esa chica y yo hemos coincidido en un tren y me ha contado que trabaja en esa tienda, es por eso que estamos allí). el caso es que ella nos conduce hasta el picador de hielo: una estructura con forma de árbol de navidad formada por un montón de cajas con cubiertos y otros instrumentos y el picador —un gran punzón metálico— en la cima, a tres metros de nosotros

llevo unos pantalones vaqueros de peto muy rotos y incómodos, se caen a trozos, grandes imperdibles sujetan la tela. el picador ha dejado de importar, ahora estamos en la misma nave pero hay gente que conozco y están lanzando a canasta, como si fuera un pabellón desvencijado. las pelotas son pequeñas y los aros también, ambos casi del mismo diámetro. antonio burgos —era dos años mayor que yo, grande y pesado, con gafas de cristales oscuros y una gran peca en la mejilla derecha, buen tirador, buena muñeca— lanza desde detrás de la cesta, sé que la meterá, se lo vi hacer una vez y entró limpia, con la red girando sobre el aro y el flop que hacen las grandes canastas

estamos en una heladería americana y hablamos alrededor de una mesa, gente que no conozco pero con los que hay buena conversación. uno de ellos habla de antonio burgos, lo que le ha visto hacer es increíble, todos me escuchan cuando les cuento que una vez le vi hacer lo mismo, hace un millón de años, un mediodía, la pelota tardó una semana en caer. es entonces que vemos que hay disturbios en la calle, gente corriendo a través de los ventanales, son policías de rasgos asiáticos, con trajes y abrigos negros, cascos franceses de la primera guerra mundial, van dirigidos por una mujer de pelo gris amarillento, con chaleco naranja y una libreta en la que señala los sitios, aquí, aquí, aquí, llevan perros grandes, collies negros con babero y en cada babero, un número, putos perros feroces

de repente estamos solos, tan sólo míriam y yo, todos los demás han huido, nos llamaban pero no fuimos, ella tiene miedo, escóndete detrás de mí, no pasará nada, un perro corre alrededor de la heladería, sin atreverse a entrar hasta que lo hace, corre rápido hacia nosotros, ladrando histérico, se detiene bruscamente y nos huele, no hay que tener miedo, los animales lo pueden oler, protejo a míriam con mi cuerpo y es entonces que despierto, justo cuando el perro se marcha y pensando que bélgica es un estado policial por tal y cual motivo que alguien me explicó ayer, buenos días, sábado, seis y diecinueve de la mañana

viernes, 4 de febrero de 2011

un estanque lleno de peces negros. al salir del estudio no tengo fuerzas para nada, son las seis y media pasadas, sólo me apetece caminar un rato, sin rumbo, una esquina, otra, otra más, izquierda, derecha, otra vez izquierda, avanzar, retroceder. es inevitable detenerme en diferentes conversaciones, frases sueltas que dibujan poco a poco mi estado de ánimo. tú no tienes ni puta idea de nada, nen, estábamos regalados en ese piso. una chica mira con desprecio a un gordo cabizbajo escondido en un anorak azul demasiado grande, ella abre los brazos, abre la boca, escupe las palabras, no me comas la olla, responde él. tienes el móvil, mamá?, pregunta un niño flaco, no, está en casa cargando, sin batería. la madre habla lento como lento hablan los yonquis o la gente que se ha metido demasiada mierda y se ha quedado sucia por dentro para siempre. joder, mamá, nunca tienes nada, chilla el niño, diez años de mierda, pienso en cómo sería una patada en su puta cabeza y creo que los ojos se me ponen en blanco

el evangelio de judas, de alberto vázquez. he pasado antes por la biblioteca y he cogido ese libro, más atraído por la editorial que por su dibujo delicado y errático. astiberri no edita mierdas, siempre pienso eso. el caso es que arrastro el libro mientras miro escaparates, zapatos, jerseys de viejo, cacharros de ordenador, cartas de bares y restaurantes llenas de faltas de ortografía. si tuviera fuerzas me arrastraría hasta el grau porque me gusta ese bar, sí, podría sentarme a leer y beber a sorbos cortos un café con leche, judas, historias de una ardilla católica, a quién se le puede ocurrir semejante imbecilidad, las ardillas comen nueces, no están bautizadas ni se masturban, anoto que alberto vázquez escribe vázquez sin acento, es alguien de quien no te puedes fiar

eso fue antes de que empezáramos tú y yo, dice ella. qué sucede antes de ese instante crucial en sus vidas? lo ignoro, pasan por mi lado demasiado rápido, camino lento, cada vez más lento, como una sombra que apenas se mueve porque puede romperse en cualquier momento. sea lo que sea que ha sucedido, sucedió antes de que empezáramos tú y yo. es importante? hay algo realmente importante? hay palabras realmente importantes, palabras que puedan cambiar el curso de una historia para siempre? paso por delante del local donde se reúnen los alcohólicos anónimos de cerdanyola, lunes y viernes, de ocho a diez de la noche. pienso en sentarme allí, en un círculo iniciático y desnudar mis miserias, mentir si hace falta, confesarme como la basura más grande que ha parido jamás una madre. no tengo ganas de beber, pienso, sólo sería probar, escuchar mi propia voz quebrándose al relatar cuentos sin sentido, invenciones, sentirme arropado por gente tan vacía como yo, otros adictos que me miran y dicen que sí con la cabeza, palabras, historias para siempre

venga a probar, venga a probar, que estoy hasta los santos huevos de probar. toda una declaración de principios, la de alguien que está totalmente agotado de estar vivo, un teléfono móvil, un coche tuneado aparcado en doble fila junto a un paso de cebra. podríamos ir a esa discoteca, tres chicas latinas diminutas con maleta a cuestas. ellas también están hasta los huevos de probar o tan sólo es un plan, un cambio en la estrategia a seguir? podrían cruzarse sus caminos y acabar los cuatro follando en el parking del pont aeri, podrían grabarlo en video y colgarlo en altaporn o alguna mierda así. podría encontrarlo yo y así podría hacerme una paja tranquilo, sin necesidad de que la culpa me coma, sin necesidad del asco que siento al tocarme y no poder dejar de hacerlo. pienso en la polla de ese tío, el del coche, mi sueldo entero a que apesta porque no es un buen chico judío

el vello púbico de todas las mujeres con las que me cruzo, nada que ver con las visiones asépticas y idealizadas que estoy acostumbrado a consumir en formato píxel. no hace frío, viejos pasean perros, imagino las luces de los coches desde las azoteas de los edificios altos. ahí donde ahora hay un centro veterinario, hace años había un bar donde hacían batidos de fruta. y ahí donde ahora hay una sucursal bancaria, un videoclub roñoso. y ahí donde antes había una persona, ahora sólo hay un montón de mierda. pienso en carme, en las exiguas cuatro veces que follamos y cómo después nada. pienso en su coche, un polo viejo, blanco, siempre sucio, en cómo sería mi vida ahora si hubiera seguido ahí, despertándome por las mañanas en un palacio, con imágenes líricas de la niebla envolviendo el bosque y música de elton john cada vez que

el paseo se transforma en un monstruo, es jueves, esta noche podría huir, pronto será primavera y debería dejar de tener miedo, no sé cómo. pero la única certeza es que el tiempo se hila en ovillos pesados y grises y ahora vuelvo a estar en el estudio, sin apenas trabajo, esperando que sean las tres de la tarde y volver a sentirme en algún lugar, nunca tienes nada es una frase aterradora

jueves, 3 de febrero de 2011

sueño que despierto de repente y son las diez y diez de la mañana, me he dormido, vuelvo a trabajar en la imprenta y vuelvo a tener ese horario extraño, de once a siete de la tarde. la casa está a oscuras, todas las persianas bajadas, no tengo tiempo de desayunar, sólo necesito una ducha, todavía tengo los casquitos con los que escucho música antes de dormir, una pequeña radio negra marca sanyo con funda de silicona de color naranja, suena tunnel of love, girl it looks so pretty to me, just like it always did, me gustan los primeros discos de dire straits, siempre son las mismas canciones, la misma voz de zapato viejo, dejo el aparato en la loza del baño y el sonido se amplifica y lo llena todo y es bonito

sueño que estoy en la ducha y bajo el agua caliente descubro una cicatriz en el pecho, es grande, rosada, es como un coño mal cosido, eso pienso bajo el agua y es entonces que recuerdo que tuve cáncer y me quitaron un tumor que tenía forma de barco o de aleta de tiburón, S también tuvo uno así, eso me dijo, era blanco y parecía de cera, nunca he visto su cicatriz, me enjabono y me pregunto por qué no ha sonado el despertador, en el hospital no necesitaba despertador, ése es el motivo, eso pienso

sueño que ya estoy vestido y que me despido de mi madre y ella lee ombligo sin fondo, de dash shaw, no me gusta mucho, dice, está sentada en la mesa del comedor, dame un beso, no ha levantado las persianas y se alumbra con una lámpara pequeña de papel que está en el suelo, todo tiene una luz amarillenta y triste y es entonces que suena el despertador, son las seis y media, esta vez sí

la última imagen antes de. camino por el pasillo del hospital, hay un ventanal enorme al fondo, mi habitación es la penúltima puerta de la izquierda, llevo una bata blanca abierta por detrás, zapatillas de deporte y calzoncillos, tengo veinticuatro años

miércoles, 2 de febrero de 2011

ayer estuvo isa en casa y me trajo incienso nag champa agarbatti —fragante, dulzón, con sal— y jabón le petit marseillais. estuvimos bastante rato hablando de glenn gould y de los libros que había leído últimamente, también de conocidos comunes y de tripas y de series y películas y de sus regalos de cumpleaños. mientras la escucho no puedo dejar de pensar en todo el daño que le hice cuando estábamos juntos. no me perdono, nunca lo he hecho, fijo la vista en el suelo de corcho barnizado, en la alfombra de colores, las vans sucias, las cajas de plástico que guardan los zapatos, ella mueve las manos y sonríe

martes, 1 de febrero de 2011

peleo con alguien en un ring, una sala vacía, a oscuras, sé que es mi padre aunque no consiga verlo con claridad, me abraza intentando zafarse de mis golpes, noto su boca en mi hombro como si quisiera morder, intenta hablar, tu corazón no es tan diferente, algo así dice, apreto los dientes

pienso en la línea de sangre y semen que nos une, la genética y los espejos. delante de mí, una chica rubia juguetea con un móvil, carita de concentración, delgada, abrigo azul de cuello grande, zapatillas de deporte y moño rizado. delante de mí, una madre y su hija, veinte años de diferencia, treinta kilos y la misma piel gris. a mi lado, un árabe grande, guapo y canoso, acogedor como un oso, me enamoraría de cualquier hombre que llevara sus zapatos y un maletín inmenso

el sonido del puto teléfono se me clava detrás de los ojos, la hija comenta con la madre, sonríen, resoplan, la chica rubia sigue concentrada en algo desconocido y ruidoso, mi padre sigue golpeando, pienso en mi madre, en todas las mujeres a las que ha querido, en su cuerpo sudoroso moviéndose dentro y fuera de otros cuerpos, en esa vez que le ayudé a bajar una bolsa al coche y nunca más volvió, pego y pego cada vez más fuerte

llovizna, es lunes, son casi las ocho y media y el tren acaba de salir de los túneles que atraviesan el subsuelo de barcelona. cenaría una manzana, me arrancaría la polla, miraría la televisión, alguien llama por teléfono a la chica rubia y me pierdo en la conversación, no puede porque trabaja el sábado por la mañana, mi corazón es de plomo, próxima parada, cerdanyola del vallès, correspondencia con con y con
sueño que vuelvo a estudiar y vuelvo a no ir a clase, llego tarde, me salto las horas, me siento culpable pero no soy capaz de salir de casa, me encierro en el lavabo a oscuras, tengo diarreas, no puedo limpiarme bien porque apenas hay papel, me ayudo con los dedos, entra algo de luz por una ventana diminuta, en la penumbra se adivina una planta de hojas largas y algo que se mueve entre ellas, un pequeño loro gris, un insecto de patas largas, tengo miedo y todo se detiene de golpe

sueño que suena el teléfono, son las diez y diez de la mañana, hablo con les y me pregunta algo sobre pepe, algo que no sé responder con claridad, noto su contrariedad, pienso que si me doy prisa todavía puedo llegar a las clases de después del patio, camuflarme, pasar desapercibido entre la gente, disimular, pienso en mi madre, en todo lo que tiene que trabajar para que yo esté allí, vestido tan sólo con una camisa blanca y vieja, enfermo y cansado, ya no sé qué edad tengo, sólo sé que llego tarde, que no puedo llevar libros ni papel, nada para escribir, que sólo puedo fiarme de mi memoria y escuchar

una imagen antes de despertar: tres filas de siete mesas cada una, la mía está justo en el centro, el sol entra por la ventana y rafael moyano —mi profesor de literatura española en cou— escribe en la pizarra, siempre me gustó su letra hermosa, cómo movía las manos, poesía