martes, 1 de febrero de 2011

peleo con alguien en un ring, una sala vacía, a oscuras, sé que es mi padre aunque no consiga verlo con claridad, me abraza intentando zafarse de mis golpes, noto su boca en mi hombro como si quisiera morder, intenta hablar, tu corazón no es tan diferente, algo así dice, apreto los dientes

pienso en la línea de sangre y semen que nos une, la genética y los espejos. delante de mí, una chica rubia juguetea con un móvil, carita de concentración, delgada, abrigo azul de cuello grande, zapatillas de deporte y moño rizado. delante de mí, una madre y su hija, veinte años de diferencia, treinta kilos y la misma piel gris. a mi lado, un árabe grande, guapo y canoso, acogedor como un oso, me enamoraría de cualquier hombre que llevara sus zapatos y un maletín inmenso

el sonido del puto teléfono se me clava detrás de los ojos, la hija comenta con la madre, sonríen, resoplan, la chica rubia sigue concentrada en algo desconocido y ruidoso, mi padre sigue golpeando, pienso en mi madre, en todas las mujeres a las que ha querido, en su cuerpo sudoroso moviéndose dentro y fuera de otros cuerpos, en esa vez que le ayudé a bajar una bolsa al coche y nunca más volvió, pego y pego cada vez más fuerte

llovizna, es lunes, son casi las ocho y media y el tren acaba de salir de los túneles que atraviesan el subsuelo de barcelona. cenaría una manzana, me arrancaría la polla, miraría la televisión, alguien llama por teléfono a la chica rubia y me pierdo en la conversación, no puede porque trabaja el sábado por la mañana, mi corazón es de plomo, próxima parada, cerdanyola del vallès, correspondencia con con y con