sábado, 2 de agosto de 2014

(la lourdes niña juega con una libélula, una libélula atada con un metro de hilo rojo a su dedito índice. míriam me grita por teléfono, incapaz de entender qué está sucediendo con su dinero. el sonido incansable de una sierra eléctrica bajo nubes de polvo y las lágrimas grises en el rostro de un obrero rumano. en el patio, un bidón de metal en el que quemar papel y toda la ropa sucia, el vaivén de los trenes nocturnos a través de las ciudades y los páramos. la piel áspera de david, el óxido, la suciedad de sus rastas cuando señala con el pie en el suelo dónde vive él, dónde vivía lorena, dónde vive ahora. el rostro serio de mercedes mientras cocina, nuestros cuerpos desnudos uno junto al otro, fumando en silencio del mismo cigarrillo. núria bucea una piscina entera con los ojos cerrados, veinticinco metros sin respirar a través de mis pulmones. hielo deshaciéndose en la copa llena de pétalos y canela, hablamos de islas y de aviones, de aire irrespirable, flotamos a la deriva entre témpanos de desprecio mutuo. la televisión vomita imágenes de pequeños aterrorizados entre las bombas, de tumores llenos de colmillos y pelo, pequeñas personas desordenadas lloriqueando en los cráteres, ángeles sin dientes que despiertan en primavera)