domingo, 20 de junio de 2010

(hojeo dublinesca, de vila-matas, mientras arrugo la nariz. leo un párrafo al azar y no está mal. debería darle una oportunidad pero me da una pereza inmensa. bostezo y cambio de canal. me encuentro cómodo en los bucles de noticias: siempre hablan de lo mismo, siempre con las mismas palabras. pienso en mí mismo como un bucle de gilipolleces: siempre hablando de lo mismo, siempre con las mismas palabras. si tuviera valor, me compraría un traje y sería mi propio presentador de telediario)

(sopa para cenar. pienso en la chica morena del tren, la que lee un nosequé programa de inserción editado por barcelona activa. traje chaqueta de color negro, liso, sin estridencias, camisa blanca, zapatos planos de color perla y oro. maquillaje discreto, tan sólo algo de rímmel, una línea en el párpado superior y pintalabios de color granate. la chica morena no es realmente morena: su cabello —recogido en una pequeña cola de caballo— está teñido de caoba oscuro y su piel es blanca y lisa. pendientes de plata rectangulares, verticales, elegantes. lleva una bolsa de plástico de la librería sanz y torres —especializada en bibliografías recomendadas y textos de la uned— y en el dorso del programa ha anotado unas palabras en inglés con letra desordenada)

(tres manzanas de las de oferta en el eroski: cincuenta céntimos. hay otra chica, una morena con cara de fastidio. una chica deportista con zapatillas saucony y bolsa de deportes adidas, mallas y camiseta de tirantes. en mi camisa hay una desagradable mancha de café, una gota océano que contrasta con violencia sobre el celeste de la guayabera. la chica que hace deporte mira la mancha. le podría contar que esa gota tiene su origen en el ménàge à trois —porque es allí donde hemos estado con el café y pensando que estaría bien ir a ver air doll, de hirokazu kore-eda— pero sólo se me ocurre mirarla y imaginármela sonriendo después de haber follado)