miércoles, 2 de abril de 2008

esta tarde han traído ordenadores nuevos al estudio. pantallas más grandes, procesadores más rápidos, discos duros con más capacidad, casi infinita. están instalados de cualquier manera justo al lado de los antiguos. mañana empezaré un volcado de datos de uno a otro, a lo bestia, sin discriminar nada. después, el que ha sido mi ordenador desde hace tres años pasará al piso de abajo, donde será utilizado como máquina de escribir. el piso de abajo es un asilo de máquinas que nadie quiere

las células que forman mi cuerpo y el tuyo están moviéndose siempre en un constante proceso de renovación. así, somos una persona diferente cada cierto tiempo, da igual que sea cinco días, tres meses, quince años. una persona que tiene los recuerdos intactos, esperando algo que estalle dentro de nosotros para empezar a recordar, a anudar pasados y presentes. mientras, perderemos el tiempo en la cola de un cine, de lunes a viernes en horario de oficina o conjugando verbos ante un papel. una rutina de personajes secundarios de nosotros mismos

(recuerdo que te acaricio y no es de día todavía. me hace feliz dormir con mi mano entre tus nalgas, abrazarte fuerte, aunque ambos sepamos que sólo somos un instante que apenas podremos retener de una manera real. incapaces de ello, volcamos todas nuestras energías en perpetuarnos para poder ver en la sonrisa de ese chiquillo —nuestro hijo— al amante que nos hizo feliz durante un trocito de verano y que ahora ya no es porque, sencillamente, ya no puede ser)