sábado, 19 de abril de 2008

el camarero es filipino y nos atiende con pereza. una clara para carme y una botella de agua natural para mí. hablamos de ella, de su hija de diez meses, de la muerte de su madre, de cuando estudiaba, de la relación con su ex. la escucho con atención. me gustan sus manos porque son masculinas. me fijo en los clientes de las mesas de alrededor: un chico solo, varias parejas, una familia con la abuela en silla de ruedas. hace frío en la terraza y carme se cubre con un chal a rayas grises y negras. yo me encuentro bien

(he dudado hasta el último momento, pero al final estoy aquí. una más en toda esa infinita lista de personas a las que sólo veré una vez a pesar de su sonrisa y de la mía. no había que dilatarlo más. ya está, nos hemos visto, ya no hay razón para vernos otra vez. relaciones con fecha de caducidad desde el mismo momento del inicio. en el tren de vuelta a casa, unos árabes me preguntan en francés por la estación de sants. no tengo ni puta idea de francés, pero le indico, en un horario que llevo en el bolsillo, que su destino llegará a las seis y cuarenta y seis, pero que más o menos. me gustaría explicarle que el transporte público en españa casi siempre es una mierda, pero no es necesario. todos sonríen y me siento un poco incómodo. miro por la ventana: masas forestales ganadas a la nada, con bosques tristes en los que los árboles crecen perfectamente alineados, con una separación de cuatro metros entre ellos. exactamente lo que uno espera de la vida)