martes, 11 de diciembre de 2007

lidia trabaja en una escuela secundaria en el bronx desde agosto y hoy se ha acordado de mí porque está resfriada y la fiebre es mala consejera, porque quería ir al cine a ver control —la película de corbijn que aquí jamás veremos—, así que me llama, conferencia internacional new york-pueblo de mierda del extrarradio de barcelona, y hablamos durante una hora, casi como si no hubieran pasado veinte años desde que nos conocimos y ni recuerdo cuántos desde la última vez que nos vimos, un café en esa puta plaza de la que siempre olvido el nombre. porque sí, sigo teniendo el mismo teléfono y vivo en el mismo sitio que la última vez, trabajo de lo mismo y sigo sin haber aprendido a conducir, con el mismo sentido del humor cáustico de cuando tenía pelo y creía en dios-y-todo-eso. tengo buena memoria para las cosas de hace tiempo, pero todas las de ahora se me caen de la nuca y se estampan tristes en el suelo. así, recuerdo que le gustaban the mission y los smiths, que su letra era redondita, que fue mi primer beso o algo así y que todavía le debo un cuadro, de cuando se compró el piso en la gran via y yo le dije que. el caso es que mi vida se ha movido poco en mucho tiempo, y quizás es por eso que a la gente le resulta fácil volver. hay corrientes que me llevan y me traen pero, por lo general, sigo en el mismo sitio, con una especie de talante-estaca que acaba resultando cómodo para poner el reloj en hora y bla-bla-blá

es curioso cómo suceden las cosas. hoy precisamente que escribía en otro sitio que nunca desaparezco del todo de las vidas de los demás, que siempre puertas abiertas, que, a pesar del frío del invierno, por aquí puede entrar cualquiera y cantarme una canción. y si es así, esta noche, buenas noches