martes, 20 de noviembre de 2007

francotirador, sí. me muevo como el más silencioso de los gatos por los edificios en ruinas de la ciudad. sé pasar de uno a otro por túneles que sólo yo conozco. elijo mis disparos con cuidado y no siento nada cuando veo cómo se desploman. la guerra puede durar un millón de años más y sé que puedo llegar hasta el final. creo firmemente en mis escasas posibilidades

un final. han pasado tan sólo unos segundos, pero la batalla ha terminado porque ya es años-después. donde antes sólo había un laberinto de escombros humeantes, ahora hay niños y parques y bloques de pisos todos iguales. hay también coches aparcados —también iguales— y una taza de café caliente y un azucarero. también una mesa de formica azul celeste y un aire lleno de tristeza. una silla, una ventana levemente empañada. escribo mi nombre tal y como me enseñaron mis padres

muchas cosas antes de que ella vuelva. ahora tengo una vida y soy padre de familia y he aprendido el funcionamiento de algunas cosas no importantes. trabajo en una gasolinera y a veces estoy contento con el papel que la sociedad me ha dejado escoger. también a veces me sucede que me quedo como si me hubieran desconectado y entonces recuerdo los túneles, las ruinas, de qué manera el objetivo y cómo el ruido sordo del disparo y el cuerpo al desplomarse, blandamente, sobre la nieve sucia

(la pantalla se vuelve un agujero por el que viajo en el tiempo. vivo mil vidas mientras el trabajo se hace de una manera mecánica. no sirve de nada si no arriesgas)