lunes, 19 de noviembre de 2007

bueno, creo que con tu experiencia no te costará encontrar trabajo. la funcionaria habla lento, quizás porque tiene miedo de que no la entienda. le repito mis apellidos, recalcando que el primero tiene un guión en medio. sí, es compuesto. sonríe, intenta ser amigable. no la miro a los ojos. no tengo por qué establecer vínculos. me entretengo en las plantas y en las otras mesas y en las otras personas que esperan su turno. no tengo nada que ver con ellos, me digo en un horrible intento por verme mejor que ese gordo o esa chica o ese viejo. es la primera vez que cojo el paro y sé que será por poco tiempo, tan sólo un mes o dos como mucho. se levanta a buscar un no sé qué y le miro las caderas. por un momento, estoy en la antártida y esas caderas son mi único refugio ante la tormenta que se avecina. empujo la puerta con suavidad y entro y, entonces, el calor

de esto hace dos años. tengo un trabajo que está bien y cero ganas de medirme en aventuras con adolescentes. he encontrado un sitio desde el que se puede ver el mundo con la suficiente perspectiva. no todo el mundo, pero sí un trozo grande con un paisaje variado, más o menos como un parque temático. si no me muevo demasiado, es posible que no llegue a caerme nunca. se trata de no tener ambición, de hablar poco, de saber controlar el piloto automático y no volar muy bajo ni muy alto, ni muy lento, ni muy rápido

las plantas de la oficina de empleo se repiten en la biblioteca cuando voy a devolver los libros que tomo prestados. también se repite la mirada de la bibliotecaria y se repiten las colas para devolver o renovar. sé que hay una conexión, algo apenas tangencial quizás, pero soy incapaz de verla con claridad y, por tanto, de hablar de ella. he empezado a dormirme y me quedan aún veintiocho años

y algo invisible que me une