jueves, 18 de octubre de 2007

las despedidas son terribles. no me gustan, me dan miedo, angustia. es como si algo que no puedo controlar se quedara para siempre en otro sitio, en otra persona, en otro aliento, en otro tiempo. así, las despedidas pueden durarme toda una vida, la vida, porque me empeño en seguir apareciendo, como un fantasma que se resiste a morir del todo, ahogado en las vidas de otra gente y en los sitios en los que he sido feliz y que ahora apenas reconozco, pensando que era ayer que estaba allí y hoy tan sólo es un yermo en el que gritan niños chicos y una pelota y

ni qué decir tiene que, a fuerza de irme deshaciendo en esas pequeñas ausencias, cada vez soy menos yo en un sentido estricto y sí un agujero sin aviso