domingo, 28 de octubre de 2007

dibujo en un papel la silueta de un cuerpo humano. con lápices de diferentes azules, sitúo en su interior los pulmones, el corazón, el hígado y el estómago. con un lápiz rojo, el intestino grueso. la niña de diez años me mira atentamente. le cuento cuál es el funcionamiento de la enfermedad, cómo el colon deja de funcionar, inflamándose y convirtiéndose en algo defectuoso que sangra. la niña de diez años me mira y me dice que no soy bueno para su madre. despierto. no son ni las ocho de la mañana

ahora deben de ser las doce o así y he dormido un rato más. era incapaz de moverme de la cama, del lado izquierdo. ayer estuve viendo en la noche temática un documental tristísimo que becky williamson había rodado —en los meses previos a su muerte— para que cuando su hija creciera, supiera quién había sido ella, becky, su madre. con una cámara digital en la mano, y con la ayuda de sus padres y su hermana mayor, becky, de dieciséis años y una vida más que precoz, me condujo por el laberinto de su maternidad temprana (a los trece años) y del cáncer que la devoró en meses. sentí algo extraño y intenso cuando terminó. una mezcla de amor profundo y rechazo por la vida que me hizo anudarme y querer dormir, anestesiándome para no sentir nada dentro de mí. apagué la luz y entonces soñé con la niña de diez años