domingo, 28 de octubre de 2007

he comido con ana en el chino de la semana pasada, pero esta vez había mucha más gente. odio los niños que gritan. no los odio, pero preferiría que no estuvieran, ni ellos ni sus padres. hablamos de maternidad y de las cosas que olvidamos y cómo las olvidamos. ella ha venido con la furgoneta grande y sucia de su hermano, que está aparcada al final de la calle, justo al lado de la vía del tren. esa zona es el fin del mundo. un poco más allá, apenas hay nada, tan sólo unas cuantas casas adosadas y, cruzando esa vía, tres o cuatro bloques pequeños junto a la carretera, en mitad de la nada

nos volveremos a ver pronto, nos lo prometemos. dentro de poco, ella volverá a vivir en sabadell y a mí me dejará tocar el piano del comedor con acordes construidos lentos, con cuidado, quizás un sábado por la mañana. pero hoy es domingo y son las cinco de la tarde y tengo la sensación de llegar tarde a mí mismo, así que mejor dormiré un rato. más tarde cambiaré las sábanas y el día habrá terminado con un estallido mínimo de felicidad, burbujita de color