lunes, 21 de julio de 2014

(los hermanos de olza, antes de desaparecer en el cuarto oscuro, en las escaleras, en la pared azul de prusia junto al lago, han tirado toda su ropa a un pozo, isaac y yo la sacamos, nos vestimos con ella —pantalones desteñidos, sucios de óxido; camisas viejas y quemadas por relámpagos; gastadas botas gokey orvis, hechas a mano en manchester, vermont—, nos convertimos en personas diferentes, hombres altos como sequoias, hombres viejos que aman a los pequeños etíopes, larguísimos y costosos procesos de adopción)

(los hermanos de olza, dueños de tantos cuadros de bruckner, desnudos en el arcén de la autopista, el menor cuida del mayor, un abrazo desafiante ante el miedo: en los coches que aminoran la marcha hay rabiosos niños perro con nombre de acantilado)