(tengo unos bultos de grasa enormes bajo la piel de las mejillas y los pómulos pero sólo yo puedo notar que están ahí escondidos, así que intento no asustarme, no pensar en médicos ni en tumores a pesar del dolor caliente que me tensa la cara y de la imagen que devuelve el espejo, un viejo deforme que se ahoga al respirar el olor de una mujer)
(de una manera que no puedo relacionar con claridad, esos
bultos son los mismos agujeros que me crecen en la ropa como
constelaciones o tumbas, el olor del orín en el suelo del cuarto de baño, la ráfaga que hace estallar las cabezas de todos los soldados sirios en poder de los rebeldes)
(esos
bultos también son los caramelos haribo que ahora quieren ser monedas de neón,
ahora veleros, ballenas o polígonos, ahora calcetines o personas, jamás
donuts o agujas hipodérmicas)