domingo, 17 de abril de 2011

irene villa se quita las piernas ortopédicas y el maquillaje, está sentada en una butaca vieja de color verde, hay huellas de pasos en el polvo, de muebles que se han arrastrado por la habitación, periódicos viejos, papeles enroscados, telarañas y persianas bajadas, irene villa se quita la peluca y una cicatriz enorme cruza su cabeza por encima de las orejas, nos miramos

te molesta si me pongo un poco celosa, pregunta, no me gustan las mujeres celosas, respondo, ella ríe mientras ajusta su pierna izquierda al muñón, pienso en su coño y me pregunto si estará lleno de metralla, despierto, me noto la cara hinchada, me cuesta respirar, david cronenberg

he salido esta mañana y me he encontrado con los padres de carme aldana y he estado un rato hablando con su madre porque su padre ya no me reconoce, el alzheimer se lo ha comido vivo y ahora sólo es un saco de piel que se mueve desordenadamente, hace tiempo que no veo a su hija, éramos vecinos, crecimos juntos, ella tocaba el piano y llevaba kickers, su padre salía en bicicleta todos los domingos pero eso era antes, hace treinta años, ahora me mira y tiene los ojos vacíos, no sonríe, su madre es pequeñita y blanca como una nube de ojos grises, me besa las mejillas al despedirnos, saluda a tu madre, dice, claro, dale un beso a tu hija de mi parte, afectos de ida sin apenas vuelta