lunes, 28 de marzo de 2011

(jeremy sube pesadamente por la calle padró, camino de cualquier bar en el que emborrachar la tarde. a jeremy también le llaman johnson —jeremiah johnson, robert redford en aquella película del año setenta y dos de sidney pollack sobre alguien que abandonó el mundo y huyó a las rocosas, soledad, osos y montañas— porque vivir debajo de la cama, vivir escondido en casa de tus padres es casi como vivir en el fin del mundo, es casi como no vivir en él)

(la familia orozco marín es trabajadora, pequeño taller de costura, vivienda unifamiliar en zona residencial apartada, dos hermanos menores que demuestran estar ampliamente adaptados a la vida moderna, estudios y trabajo, carnet de conducir, parejas formales, osos, mapaches y montañas, todo es lo mismo, lo mismo es nada)

(jeremy sube pesadamente por la calle padró, hoy lleva gafas —pequeñitas, con cristales gruesos y ovalados, arañados— y una parka militar a pesar del sol de principios de septiembre a mediodía, nos cruzamos, todavía no nos conocemos, vivo en segundo de bup y estoy al final del camino pero todavía no lo sé, agujero negro y superposición de imágenes en los días idénticos)

(han pasado veinticinco años desde ese instante. cuatro, cinco, quince pasos grabados a fuego en la memoria. jeremy camina mirando el suelo, nos miramos, seguimos nuestro camino. veinticinco años más tarde, soy yo el que sube pesadamente por la calle padró, hay viejos que juegan a tenis en las pistas del fascista pius gassó, tengo frío, apenas llevo una harrington y ésa es una mierda de chaqueta, hay coches parados esperando el semáforo en verde, casi es de noche, nada de lo que hago sirve de nada y ojalá supiera, la línea que nos une es una soga al cuello)