martes, 2 de noviembre de 2010

el hombre duerme delante de mí. pelo negro con canas, despeinado, bigote, arrugas profundas en las mejillas, las manos cruzadas en el regazo, jersey gris, camisa blanca, los puños de una camiseta negra de manga larga doblados por fuera, pantalones beige, gastados, sucios, los bajos cosidos con cuidado pero sin técnica, zapatos tipo mocasín llenos de polvo, un maletín viejo de color negro, de los de doble combinación, qué coño puede haber de valioso en ese maletín

el hombre duerme en una niebla que apesta a culo. son las diez de la noche, el vagón está casi vacío, es un tren con destino a la universidad autónoma, tengo ganas de llegar a casa, imagino a ese hombre desnudo y pienso en una cámara de gas

pasan los días y la ciudad sigue siendo la misma. desde la ventana del hotel en akerreta, cuento cincuenta y cuatro ovejas a una distancia de trescientos metros. más lejos, nueve caballos y un pastor vestido de gris que camina lentamente. las nubes oscuras se mueven mucho más rápido que las blancas, más lejanas. la niebla en las montañas se deshace en algodón de azúcar y contamos dieciséis peregrinos antes de coger la autopista. es el camino de santiago

mil doscientos kilómetros en un ford fiesta blanco con matrícula de ibiza, dentro de un triángulo formado por akerreta, iruña y donostia. el desierto de la baja navarra deja paso a las montañas de roncesvalles y éstas, al cantábrico. caminamos por la concha, confundiéndonos entre la gente y la llovizna. hay chicas que pasean perros y chicos que pasean señores en sillas de ruedas, bebemos cerveza antes de comer en bares llenos de gente, los días son increíblemente tranquilos aquí, en el fondo del mar