domingo, 1 de agosto de 2010

la vida en tiempos de guerra, de todd solondz, es otra puta basura que olvidar rápidamente, los mismos chistes de happiness, la misma galería de personajes ácidos, negros y en descomposición, la autopsia de una determinada clase media que fermenta. no hay nada que me mantenga en la pantalla y no me ayudan las risas constantes en la sala. solondz es un gilipollas —el tarado listo de la clase— y yo estoy aquí, perdiendo mi muchísimo tiempo y mi poco dinero, en la sala cuatro del verdi de los cojones

(sábado por la noche. no me gusta el barrio de gràcia. no me gustan esas dos chicas que caminan delante de mí. no me gusta casi nadie con quien puedo cruzarme. pienso en las puertas cerradas. si míriam pudiese mirar dentro de mí por un agujerito sólo vería oscuridad, una visión sesgada de la realidad, una queja muda por todo y casi todo)

(tú miras por un agujerito a través de un pulmón de acero y los ojos se te llenan de un caleidoscopio de imágenes cansadas de lo que quiero que veas, de nada más)

pero míriam no lo hace, no se atreve o ha aprendido a estar lejos de ese desagüe que soy cuando me abandono un poco. la necesidad de estar siempre en movimiento para no hundirme, algo así debe ser. me quiere en el bar, me quiere en la playa, me quiere con el corazón lleno de vermut y sol a mediodía, me quiere porque me obliga a flotar y así los monstruos están lejos, lejos, lejos. lo mejor de la puta película era el título, sin duda