jueves, 17 de junio de 2010

ayer me encontré con alberto alcázar al salir del trabajo, más o menos a la altura de la casa de jordi font porque necesitaba dar una vuelta y di un rodeo grandísimo antes de. el caso es que me contó que ya no pinta, que hace un año que está solo y que sigue viviendo en ese local interior de la calle cot. no puedo con la soledad, me dijo. fue entonces que le propuse una cerveza en el bar de siempre un día de estos, algo de lo que me arrepentí casi de inmediato porque alberto y yo apenas tenemos nada que decirnos, de ahí la extrañeza ante una confesión que yo jamás haría

después me encerré en casa y estuve leyendo varias cosas que me llevaron a buscar vladivostok en el google earth. pensé en cómo sería llegar hasta allí y en los inviernos arrastrando los pies por las calles heladas. pensé también en el mar y en las estelas de los barcos y en copos de nieve. después apagué el ordenador y se puso a llover

pero todo eso fue ayer. hoy es jueves y tengo la cabeza gris por el trabajo. me gustan los trabajos urgentes, los que paralizan la rutina y se convierten en el centro del universo en un segundo, porque hacen que deje de pensar. esos trabajos —que por lo general suelen ser verdaderas estupideces, caprichos del político de turno— son como subir unos peldaños más en la escalera y ver que el río de mierda que estaba a punto de ahogarme ahora pasa de largo y ni tan siquiera me mancha las zapatillas. son como un traje de amianto en un incendio o una bala de plata o yo qué sé, pero me gusta imaginar eso, que ojalá todos los días fueran como hoy, a pesar de que he pensado varias veces en alberto alcázar a lo largo del día y en esa puta frase, no puedo con la soledad