(la felicidad se extiende hasta el centro comercial en el que haremos la compra. el eroski no parece el infierno aunque lo sea. en todo caso, es un infierno amplio y luminoso, lleno de criaturas sanas y sonrientes. míriam compra rooibos de dos sabores diferentes —naranja kalahari y menta verde— en el tea shop y un montón de tupperwares en la casa. también un miniexprimidor de limones que parece de juguete. miro camisas y a todas les encuentro pegas. lo mejor del día es la sensación de anonimato que uno tiene allí, arrastrando un carro metálico lleno hasta arriba de cosas que acabará cagando)