sábado, 9 de mayo de 2009

qué te pasa?, pregunta míriam. nada, sonrío, sólo estoy cansado. dejo la cazadora en la silla y enciendo la televisión mientras ella termina con los correos electrónicos del día. te duchas y puedo ir preparando algo de cenar, propongo. en la segunda cadena dan la noche de los girasoles, podemos verla. claro, responde. siento que estés tan cansado. no pasa nada, de verdad, sólo necesito dormir un poco

(espero el autobús durante media hora en la parada. he visto marcharse al anterior. repaso todas esas pequeñas cosas en las que podía haber arañado un minuto de mierda a lo largo de la tarde. a mi lado hay una chica con un hiyab de color mostaza. lleva tejanos y zapatillas de deporte caras. juguetea con la tapa deslizante de su teléfono móvil mientras resopla. un poco más allá, tres trabajadores de la delphi esperando su autobús. el turno de noche, las horas extras, los días festivos. la conversación deriva hacia lo estrictamente personal. mi mujer se ha dejado, dice uno de ellos. antes era un mercedes y ahora es una furgoneta. los demás sonríen, siguen fumando. uno de ellos lleva sandalias y pienso en eso, que realmente hace frío para llevar sandalias. llega un cuarto —un hombre bajito, con un anorak demasiado grande para él— y vuelven a su turno de noche, a sus horas extras, encargados, producción, ochocientas bombas. ya no hay confianza porque en el fondo son sólo desconocidos. no puedo evitar ponerme triste, pero será que me pongo triste con facilidad. está bien que míriam lo confunda con cansancio. yo tampoco doy muchas pistas y miento con facilidad sobre mis estados de ánimo. me siento protegido así. el autobús que debo coger está prácticamente vacío, tan sólo dos chicas rubias que viajan separadas. si hopper hubiera pintado autobuses, hubiera pintado ese autobús)