jueves, 13 de noviembre de 2008

hannah prefiere no seguir con su tratamiento y morir. la carnaza con la que se llena la franja horaria de la tarde ahora tiene una nueva musa, la niña que dijo no a sus médicos y a un corazón nuevo. pornografía con un melancólico fondo de piano. voces originales en inglés con otra encima en un impersonal castellano. basura de la que resulta difícil escapar

(recorro los pasillos de una tienda con ropa de oferta. me gustan las chaquetas de chándal. me imagino a mí mismo como un estupendo yonqui sentado en cualquier parque, sonriendo con el último rayo de sol haciéndome cosquillas en la piel muerta. una chica se prueba unas bambas. al agacharse se le ve el culo. lleva un tanga granate que no me cuesta imaginar en el suelo, mojado, mientras se deja llevar por unas manos sucias)

(miro las chaquetas de chándal. son diez euros, así que son una mierda de chaquetas de chándal, pero me da lo mismo: me gustan. no compro ninguna, a pesar de que la granate está bien. tiene rayitas blancas en los puños, el cuello y la cinturilla. la dependienta me mira y finge ordenar unas camisas azul claro de manga corta. elijo volver a casa)

(esta mierda de pueblo está lleno de anoréxicas, de viejos, de preñadas y de garrulos. yo entro en la subcategoría de viejos gordos. de patéticos viejos gordos obsesionados con el sexo. al llegar a casa me hago una paja. la pornografía que me gusta es diferente a esa mierda que está ahora en televisión. chicas de tetas grandes comiendo pollas a una velocidad de vértigo. pongo música, algo tan mínimo como erik satie y sí, con las luces apagadas hasta que pum)