viernes, 9 de mayo de 2008

nunca sé qué contarte, ana, digo, y vuelvo a perder la vista entre la maraña de turistas que entran y salen del bilbao berria. he quedado allí con ana carbó, en la primera vez que nos vemos desde el verano pasado. ella es tan transparente que casi podría decirle que no es necesario que hable, pero me gusta que me cuente y reírnos y fumar y pedir otra cerveza más. ha trabajado mucho y está cansada. mañana inauguran la tienda que supervisa en portaferrissa y hoy queda ultimar detalles, y eso siempre es hasta tarde. pero hoy es jueves y cruzo barcelona en metro desde plaça catalunya hasta fabra i puig, donde cojo un taxi que me lleve a casa. nos hemos despedido con dos besos y una llamada de teléfono para avisar de nuestra llegada, ella al hotel donde se aloja y yo a casa. nunca doy dos besos, le digo. yo tampoco, me responde sonriendo. y ésta es la última imagen que tengo de ella, la de una chica que se aleja rambla abajo con un bolso rojo tan grande como la antártida, lleno de cables de cosas que funcionan solas

(nunca damos dos besos. nunca nos hemos dado dos besos. nos damos cuenta ahora, un año después, cuando sólo somos dos extraños que apenas lo son. nos damos cuenta ahora, un millón de besos después de)