jueves, 15 de mayo de 2008

la iglesia llena de gente, murmullos, caras conocidas, saludos breves y pésames, serios apretones de manos. la voz del cura me resulta ridículamente infantil, lejana, mecánica. versión dos punto cero en castellano del sermón estándar, versión corta del larga-enfermedad-en-una-persona-todavía-joven. pienso en mi muerte, en que no quiero algo así. hundo más y más las manos en los bolsillos. querría que me dejaran en paz. estoy de pie al fondo, detrás de un grupo de mujeres que no conozco. la de blanco tiene las tetas grandes. pienso en fosas comunes, anonimato, olvido, cosas así. a mi izquierda está la abogada laboralista que tramitó mi demanda por despido hace dos años largos. cobrar a través de fogasa se eterniza como la explosión de una estrella. esther —ése es su nombre— se come las uñas con la mirada perdida en el suelo. ella y eligio, el padre de isa, son buenos amigos. muchos de los asistentes son viejos sindicalistas, gente en la que puedo confiar. terminan todos los silencios y busco con la mirada a isa, para esperarla. son apenas las cinco de la tarde

(la muerte de robert rauschenberg un lunes. me gustan sus cuadros. son como eternas pruebas de impresión, tontas y desordenadas)