viernes, 4 de abril de 2008

dibujo un árbol en la parte de atrás de mi última nómina. después una rayuela. pienso en los números y en que también debería haber sitio para un cielo y un infierno. y una niña saltando y tiza, también tiza. si estuviera en casa, ese papel serviría de mantel y acabaría con un montón de cercos de color marrón clarito después de poner el vaso encima en posiciones parecidas, pero no idénticas. como estoy en el trabajo, lo cuelgo en el atril metálico en el que tengo más dibujos y cosas que apunto para no olvidarlas, como el tiempo que invierto en tal trabajo o en tal otro. la habitación está en silencio. con el cambio de ordenadores nos hemos quedado sin música. quizás hayamos salido ganando, pero ahora eso sólo es una intuición

envío a imprimir un documento con unas instrucciones para remaquetar un trabajo. mientras sale la hoja de la impresora miro ese árbol y pienso en cómo nos vestimos cada día un poco más o un poco menos, con colores, formas, texturas y tamaños, disfrazándonos, camuflándonos. pasa desapercibido ante nuestros ojos que lo realmente difícil es saber desnudarse. sí

todos estamos esperando que sea la hora, las tres de la tarde