jueves, 21 de febrero de 2008

uno. afeitarme cada día es una putada, algo que no haré, que no podría hacer. incluso si es de vez en cuando, afeitarme es algo comparable al más grande de los pecados o los crímenes. pese a ello, pienso en afeitarme —en pecar—, fantaseando: decidirme a ello será casi como convertirme otra vez en adulto. esta vez sí

dos. a medianoche, como en las ferias de los pueblos, empieza la campaña electoral. risas de plástico barato y apretones de mano llenos de promesas y mentiras. no votaré. no creo en su democracia, ni en la roja ni en la azul. no creo en nada que puedan ofrecerme. contradictoriamente, sí creo en la fuerza que da estallar aviones en pleno vuelo. eso sí, hay que atreverse y yo no soy para nada valiente. lockerbie es un buen ejemplo de eso que yo llamo participación

tres. mi boca sí tiene secretos, pienso mientras vuelvo a casa. no sé si quiero follar o que me amen. de todas maneras, no pienso decírselo a nadie. una chica casi me atropella: tenía un coche blanco y prisa por llegar a casa, por ver a su novio, por llegar al supermercado antes de que cierren. me gustaría decirle que necesito un verano en mi vida, caminar descalzo hasta la playa por la acera caliente a mediodía, pero arranca antes de que pueda convencerla de que huya conmigo