domingo, 13 de enero de 2008

vuelvo a casa. coincido al salir del tren con ángel esteve. una conversación deliciosa sobre zarzuela. adoro la gente que sabe explicar cosas, hilvanando las historias y aderezándolo con un sinfín de anécdotas. él ha madrugado. viene de hacer un programa de radio tipo magazine para todo el estado. y la música, cómo le gusta. mientras cruzamos el puente que nos lleva a casa (vivimos cerca, a cien metros el uno del otro), pienso en lo fácil que me resulta enamorarme de la gente que me seduce con las palabras. lo miro mientras camina. un señor tan normal de más de cincuenta años, con zapatos caros y una corbata —absolutamente indecente— llena de piolines que gesticula mientras salta de tema, de año, de pieza, de autor, de anécdota, de contexto. delicioso. consigue frenar la tristeza que, minutos antes, estaba acelerándose dentro de mí

el té, en la primera toma, con apenas un minuto de infusión, resulta delicado y fragante, con todos los matices y de un brillo dorado como el día

el té, en la segunda toma, cuando ya llevamos un rato hablando y distrayéndonos con besos, se ha vuelto fuerte y amargo, duro, de un color oscuro, sin comparaciones

ambos momentos son un cosquilleo que me acaba arrancando el corazón