lunes, 28 de enero de 2008

momento mágico. todo el frío del mundo, calle apenas sin gente, una visita al ambulatorio para recoger el parte de cobro. cuatro personas en la cola. cuando llega mi turno, he olvidado la tarjeta sanitaria y el dni, con lo que debo volver a casa a buscar algo que me identifique delante de rosa martí galobart, la enfermera de turno. en la calle me encuentro con joan riera y hablamos de nada o de gilipolleces ante las que no sé qué decir. me fijo en su extraña ortodoncia y en sus ojos juntitos. tanto da: una figura grande se acerca tambaleante, sonriendo y sonándose. david con los pelos desordenados y un abrazo de oso que huele a algo perfumado (qué lindo y entrañable es con esas tonterías). somos un trío de enfermos patéticos y variados en la puerta del centro de salud. enfermeras rubias teñidas que salen a desayunar y cruzan el parque de tierra que se extiende ante nosotros. el movimiento de las nalgas como algo tentador y, al mismo tiempo, extraño y lejano. yo no sé, pero tengo la sensación de derrumbe clavada en las articulaciones. vamos a vernos dentro de un ratito, quieres?

(claro que sí. el ratito es el ratito que él tarda en ser visitado y lo que tardo yo he encontrarme con él en el único bar de la plaza. hablamos, me enseña el tatuaje del brazo, se come un bocadillo, reímos mucho y nos quejamos de todo. son sólo veinte minutos, pero es el poco aire puro de estos días. no es un secreto: el correo electrónico, la mensajería instantánea y el teléfono han sustituido las relaciones normales que mantengo con la humanidad. a veces prefiero que sea así. así no tengo que irle enseñando mis miserias a la gente, ni mis amigos tienen que aguantar mis arrebatos de aislamiento o de ira incontrolada. estoy envuelto en una cápsula de electricidad que me distancia y me preserva, mucho más cerca de la reliquia que de la vida real)