sábado, 19 de enero de 2008

he comprado calcetines negros y largos, y calzoncillos blancos de tela de algodón en una tienda de viejos en sant pere més baix. después he empezado a callejear hasta más el centro. un olor a chicle y a periódico, olor a quiosco de cuando tenía siete años. también un olor químico fuerte, olor de fijador pasado, de revelador pasado. olor a meados, en definitiva. también un olor rojo de discusión y uno transparente y denso de yonquis a la salida del mercado, con la cara quemada por la lipodistrofia. me gusta mirar a la gente, cambiar de escaparates de zapatos a una tienda de congelados. el amor eterno que le juro a esa chica rusa con sus piernas de vértigo. botas de tacón alto con llamas subiéndole las pantorrillas. esperamos juntos a que el semáforo se ponga en verde. ella no lo sabe, pero la estoy desnudando con cuidado en un hotel de mierda en una vida paralela (otra más) mientras sonríe pensando en el asco que le doy. calle comtal, portal de l'àngel, lo de siempre: una marea tóxica de gente que quiere gastar dinero. compro el gara para hojearlo a la vuelta y miro unas tiger negras. me gustan esas zapatillas, pero sé que no las necesito, como casi todo lo que tengo

pienso en bárbara. podría llamarla. con los cincuenta euros que me quedan en el bolsillo quizás sea digno de sus nalgas. es una tontería lo que acabo de decir. no necesito follarle el culo a nadie, al contrario. lo que realmente me haría feliz sería sentarme en el alféizar de esa ventana y mirar al infinito, venciendo el vértigo y el deseo de mancharme de la mierda de los demás

y ver pasar los trenes para pedir un deseo cada vez que