jueves, 31 de enero de 2008

corro por la banda izquierda, alguien me pasa el balón y lanzo desde justo la línea de tres puntos. entra sin mover la red, golpeando en el aro

minutos después, jugada idéntica, pero esta vez lanzo con la izquierda. la pelota describe un arco extraño, golpea en tablero y entra limpiamente. es sólo suerte. llevo una camiseta azul radioactivo, ridículamente celeste. es de noche, hace frío y los focos alumbran la pista. tengo dieciséis años y me gustaría que el tiempo se detuviera en ese instante

recuerdo esas imágenes esta tarde, veintidós años después. desnudo en la camilla, las agujas, la luz naranja, la música suave, alguna voz, tan de fondo que resulta imposible distinguirla. pero esta vez —a diferencia de ayer— soy incapaz de relajarme. las imágenes del mar que me asaltan tienen todas un eco triste, lejano, de ausencia, la cabeza se acelera progresivamente y cuando me doy cuenta, estoy subiendo las escaleras mecánicas de la estación de atocha. es el verano del año pasado y hace calor. a mi lado está ana carbó, nerviosa. yo sonrío, mirándola de reojo. es el momento que ambos hemos esperado y del cual ahora apenas queda un recuerdo que me recorre las piernas y el vientre lleno de agujas temblorosas