viernes, 18 de enero de 2008

ayer, antes de irme a dormir, encontré un papel doblado (un trozo de sobre bancario, de esos con los que justifican los robos mes a mes) con no menos de treinta teléfonos y nombres apuntados. a algunos de esos nombres tengo recuerdos vinculados, como un beso precioso en un parque, o una cena en un restaurante árabe, o una mañana para olvidar viendo galerías de arte por consell de cent. otros, por el contrario, me resultan extraños, desconocidos, como si esa caligrafía ni hablase mi idioma ni tuviese ojos o manos

guardé el papel con cuidado en el mismo sitio donde estaba —un libro de paul celan que con el tiempo me resulta, además de incomprensible, pretencioso y mudo de tanto que quiere decir—, con la esperanza de, quizás dentro de años, volverlo a encontrar y poder volver a vivir ese beso brillante, el sabor del cuscús, unos cuadros de mierda. la única certeza es que los sobres seguirán llegando y sedimentando en la mesa del comedor