martes, 4 de diciembre de 2007

vendí el piano porque nadie lo tocaba, me dice, y era una lástima tenerlo así, mudito. me fijo otra vez en los cuadros: un retrato de stravinsky, uno de goethe y una reproducción del cuadro de friedrich der wanderer über dem nebelmeer. en el de stravinsky hay pegada una postal con tres dibujos de oswaldo guayasamín. te ayudo con la cena, digo. sí, claro

me gusta estar allí en ese momento. ana me cuenta que marchará a la amazonia en enero, en un viaje que no debería durar menos de un mes ni más de tres. ana dejando la puerta abierta a que las cosas sucedan. corto un poco de queso y le ofrezco. la rúcula de la ensalada. sonreímos. creo que es más de medianoche y ella ya ha perdido la esperanza de que algún día la acompañe a algún sitio de esos en los que se aprende un poco más

enciendo unas velas muy gastadas que iluminan un poquito la habitación. en la televisión hay un millón de conejos de plastilina que se persiguen con una canción bonita de los rolling. pienso en lo cerca que estamos esta vez, más que nunca. ana fuma y se acurruca a mi lado. todos los encuentros y desencuentros, las palabras y los silencios entre nosotros, los años, los meses y los días han construido una pared en la que podemos escribir nuestro nombre sin temor a que nadie lo borre, una pared en la que crecen flores pequeñas y amarillas, desordenadas como nosotros

una pared junto a la que volver a encontrarnos alguna vez más