martes, 31 de julio de 2007

es verano y a veces el cielo se queda mudo y gris y el aire se enfría. todo lo que sucede a nuestro alrededor deja de tener sentido. la gente sigue muriendo —da igual que seas un turista argentino en estado de embriaguez o un director de cine aclamado por tu modernidad— y un dolor pequeño y metálico viene a acariciarme los deditos, recordándome todas las cosas que hago mal

a veces querría borrar mi nombre de las bocas de la gente

ana desde londres. un sms, dos. las compras, la música, los museos, las risas, los mojitos, las cervezas ocupan todo el tiempo. es imposible dejar de sentir de un día para otro. mi teléfono ya no puede recibir más mensajes, así que elimino todos los que se guardan en la memoria. borrar todos es la opción correcta. es como olvidar un poquito. es un teléfono antiguo, un nokia con poca memoria. y las palabras que estaban guardadas eran fuegos en el cielo de varias personas, varios nombres: lourdes, juank, ana, jose y raquel

la gente que uno quiere tiene palabras como cometas, palabras de órbitas perfectas, incandescentes, palabras lejanas que se acercan y se vuelven a alejar. palabras que adoro, que indican los solsticios y el ritmo de los mares y los vientos

no sé describir lo que siento en el corazón. un puto nudo de mierda, de esos que nunca son los suficientemente fuertes como para aguantar mi peso y sí demasiado intrincados como para ser deshechos. puedo intentarlo, pero vivo en la tierra de nadie y allí no hay ni sorpresas ni salida

y sí ciudades fantasma

sobre las que gravito