(yo, que llevo treinta años muerto como muertos están todos los amigos del invisible salvador sans —las mismas manos encogidas, los dientes negros clavados en treinta kilos de derrota—, toso y camino, escucho con claridad la voz de su madre hablando desde la quemadura atroz de sus nudillos, llorando en sus huesos enfermos, tejida en la ropa sucia)