lunes, 22 de septiembre de 2014

(la ciudad adquiere una forma caprichosa, gira sobre sí misma, se enrosca y retuerce, con calles y edificios —el corte inglés, la plaza espanya, el paral·lel, la casa de la muntaya, razz dos, república argentina, otra vez la calle riera— que no están donde deberían, que ni tan siquiera son como debieran. llueve y llego tarde, corro entre los coches, siento vértigo porque me cuesta orientarme, cuando despierto todavía es de noche: hay una mujer altísima que entra en un edificio abandonado, se peina ante un espejo que tapa el hueco del ascensor; un joven anarquista con un gato en brazos que crece por momentos, que se convierte en mandril y en niña vietnamita; un colchón húmedo de orín, del agua que deja la carne humana; un disco duro con la referencia cinco seis cinco en mi mochila; un amigo de la adolescencia con el rostro operado hasta ser otra persona; una escalera de reja metálica y alambre de púas; una fiesta llena de niños en la calle peatonal, con dioses de plástico flotando en el cielo y pétalos de corpus en el suelo de asfalto)

(comemos pollos pequeños en un bar antes del concierto, arrancamos la piel entera y blanda, como desvistiéndolos, los deshuesamos con las manos aceitosas, comemos por última vez porque después abriremos la tumba del sótano)