domingo, 4 de mayo de 2014

(todo ese amor mierdoso con laura, la chica del bar de la esquina, ha terminado y mejor así, total, no recuerdo haberla visto desnuda y mañana sus besos habrán desaparecido de mi boca. pero el sueño sigue y ahora estoy en el tejado del nuevo edificio, cuarenta plantas de hierro y cristal ahumado, mirando como dos niños negros juegan a lanzarse un balón, sin miedo a las alturas, el más alto podría caer y sería mi culpa, prefiero no mirar. paco me hace señas desde el otro extremo: es mi turno y me toca recorrer el alféizar, me apreto contra el ventanal, cierro los ojos, mis pasos son lentos, microscópicos, un nudo de vértigo, me obligo a despertar aunque no sepa)

(antes de eso, la construcción del edificio conlleva aprender el verdadero motivo de su emplazamiento. sigo al grupo de trabajadores surcoreanos hasta el lugar exacto en que se levantarán las paredes que aíslen el despacho de la concesionaria. todos conocen su trabajo y se comportan como un sólo hombre; yo me muevo de un extremo a otro del espacio diáfano mientras espero encontrar una caja de herramientas, mis huellas de serpiente en el polvo de ladrillo y yeso)