sábado, 10 de mayo de 2014

(la mujer tatuada ahora viaja en el mismo autobús que yo, once asientos por delante, en diagonal. recorro su nuca rapada, cada línea de tinta que baja paciente por su cuello, perdiéndose en un cuerpo que ahora hecho de menos. la mujer tatuada se baja en la misma parada que yo y camina detrás de mí: ambos nos dirigimos al desfile de la victoria estonia sobre el ejército del teniente general nebe, el suelo de la plaza es una alfombra de rosas rojas, de mujeres que lloran de rodillas por los muertos y los héroes)

(ahora vivo en un ático señorial sin ascensor, con escaleras infinitas y olor a pescado en el sótano. chicas que estudian cocina y trabajan de baristas en el baden-baden charlan animadamente sobre el día de su marcha, el retorno al hogar tan añorado. una de ellas, bellísimo rostro de bronce, echa sal sobre la moqueta del rellano, la única manera de limpiar que conocemos)

(hay piscinas y dos mujeres con mi piel nadan bajo una suave luz de velas, mis plegarias, mis culpas, abren la tierra en ochenta y seis kilómetros a la redonda)