martes, 11 de febrero de 2014

(siguiendo el muro de hormigón hasta la última habitación después del túnel, antes de la torre, allí tienen grandes máquinas a ras de suelo colgadas del techo con gruesos cables amarillos y cadenas, caminamos a través de ellas como en un laberinto que resopla vapor de aloe a quinientos metros por segundo, gente que no conozco, compañeros de viaje que caminan de la mano, a trompicones, viejos reyes vencidos en silesia que hablan del mar contaminado, gris y espeso, casi inmóvil a pesar de las crestas y las cimas, cuatrocientos kilómetros, quizás más, quizás hasta cerdeña aunque nadie lo sepa con certeza porque nadie se atreve y todos los barcos arden en el puerto y en la playa, todo por culpa de esas máquinas que heredará el hombre que duerme en la limusina del garaje, borracho, con el pecho lleno de gatos en celo que maúllan hasta que despierto)