miércoles, 9 de mayo de 2012

(uno. el sentido de la vida: una mujer embarazada que se acaricia el vientre sin saber qué monstruo crece en su interior)

(dos. esta tarde hemos tenido una reunión de trabajo. tengo la sensación de tener la boca llena de dedos. ante la continua presión de àngels, nuestra antigua jefa, en junio dejaremos de trabajar como socios —la ridícula aventura ha durado cinco meses y sólo cosecha decepciones—, volviendo a la condición de asalariados suyos como paso previo a un eventual despido en una fecha aún por concretar, eso sí, nunca antes de tres meses: así podremos recuperar el paro, la cómoda vida, la explosión de la estrella)

(tres. el sol entra por la ventana, me miro los pies, tengo ganas de levantarme, de respirar aire puro, de correr: el aire en esa habitación se ha vuelto irrespirable)

(cuatro. la idea del suicidio está ahí desde hace semanas, boqueando como un pez que se resiste a morir, las risas de los chiquillos en el puerto, la piel de plata al sol y cada anzuelo)

(cinco. esas fotos tienen cuatro o cinco años, sonrío, hago muecas, tengo el pelo más largo que ahora, menos canas, la mano entre las piernas o en el clic del ratón, una sonrisa estúpida y miedosa y la boca vacía de palabras)

(seis. rutina habitación, rutina cocina, rutina cama y microondas. lavo los platos, recojo la ropa, todo parece en orden cuando apago la luz)

(siete. un charco de sangre en la pantalla, delfines muertos después de cenar. puedes trabajar quince horas diarias pero nunca será suficiente —nunca serás suficiente—, es un problema de actitud, de sincronía, de intensidad. miro a àngels y me siento vacío y oscuro, con un puño en la boca)