martes, 7 de junio de 2011

volver a separar los elementos y retener el pez dorado en el aire durante diez años y tres vidas, temblándole la boca y las branquias y la cola, pasar la mano por encima y por debajo y por los lados, constatar así que no existe truco, ese pececito desafía todas las leyes físicas y quizás sea inmortal

seguir y mirar absorto como una burbuja de agua también flota, esfera casi perfecta de tres litros y algún resto de comida, si me acerco puedo darle un beso y puedo beber de ella un sorbo largo, si no lo hago puede flotar indefinidamente y amenazar diluvio hasta que una cadena de errores la estampe contra el suelo y entonces sí sea difícil volver a empezar

y el cristal, una pecera barata, un palmo de pecera, el precio todavía está en la base, un trocito de papel adhesivo con un código de barras, algo vago de ikea que no estaba pensado para dar cobijo ni a peces ni a personas, tan sólo piedras de colores, cualquier cosa de adorno, cualquier gran ceremonia ociosa