viernes, 4 de marzo de 2011

un cable a veinte metros de altura y dos funambulistas vestidos de naranja, uno en cada extremo, se acercan el uno al otro caminando con cuidado, se equilibran sin pértiga, tan sólo con el balanceo de sus brazos, cuando están muy cerca saltan hacia adelante a la vez, diría que pasan el uno a través del otro, tengo la sensación de haber visto algo maravilloso, un truco de magia, algo así, aplaudo, creo que estoy solo allí, bajo una carpa metálica gigantesca

no puedo dejar de pensar en ese salto, en el momento del cruce de los cuerpos. he asistido a la escena desde el suelo y intento imaginar cómo hubiera sido vista desde arriba, atraparlo en un hipotético plano cenital. o alrededor de y en cámara lenta, en un infinito giro de trescientos sesenta grados como en los documentales sobre el vuelo de las aves. me asombra, sonrío, momento de felicidad

begoña está a mi lado, no había reparado en su presencia, está bonita y desnuda, la de la derecha era aitana, me dice, ha crecido mucho desde que no la ves

ahora estoy en una cocina, en algún momento anterior he preparado dulce de membrillo, desmoldo el bloque compacto y cuadrado, lo corto en trozos regulares, me gusta porque es dulce y levemente áspero, corto queso, me gusta el contraste de colores y sabores, dejo que se caliente en la boca antes de masticarlo, le ofrezco a begoña, me gustan sus pechos grandes, me siento culpable por estar allí, suena el despertador, pienso en aitana, se me cae la jarra de té al suelo, todavía estoy dormido mientras la fregona, el cubo, el zumbido del microondas empezando de nuevo