insectos que estallan en el parabrisas con un chasquido apenas perceptible, otra mancha gris, sólo eso
volvemos de manresa. las conversaciones alrededor de la mesa son cintas de moebius que pasan siempre por los mismos lugares comunes, los mismos putos chistes, la misma rutina de recuerdos. intento medir la distancia que me separa de mis amigos, de la gente que quiero y en quien debería confiar y no soy capaz, no ahora. vino blanco, vino tinto, cervezas, gintonics, carne casi cruda, siento pena y no sé por qué
días en los que apenas duermo, me cuesta respirar, me duele el cuerpo, tengo fiebre por las noches. cambio de canal hasta que me agoto y cierro los ojos y aguanto la respiración, es casi como estar debajo del agua, el final nunca acaba
un gramo de paracetamol y sesenta miligramos de codeína fosfato tres veces al día, un puño apreta el pecho, siempre digo que será la última vez
míriam cena a mi lado mientras yo escribo en el portátil. dentro de poco estaremos viendo una película —leones por corderos, de robert redford–, ella se dormirá abrazada a mí y yo no encontraré cómo volver de la nieve de afganistán, del fango del somme, de la tierra de nadie en la que vivo desde
volver a dónde? exilio sería una respuesta válida? me pregunto hasta cuándo soy capaz de aguantar, de mentirme a mí mismo, de sonreír sin ganas. la cárcel es cada vez más pequeña, ya se ajusta sólo a mi piel, a nada más