jueves, 16 de diciembre de 2010

(café con leche y un paquete de marlboro negro, un bar lleno de gente que no volveré a ver en mi puta vida, albañiles magrebíes, una adolescente escribiendo en un cuaderno grande de tapas rojas, dos mujeres que hablan en voz baja mientras fuman, una rubia tatuada que se mueve lentamente mientras lo mira todo a su alrededor, un camarero con cola de caballo, las sillas encima de las mesas, son las ocho de la tarde y es el polo norte en el paseo de fabra i puig)

(café con leche descafeinado y un paquete de marlboro negro, un bar lleno de gente que no volveré a ver en mi puta vida, albañiles magrebíes, un vendedor de rosas paquistaní, dos chicas latinas que beben cerveza y no terminan sus copas antes de marcharse, dos chinas de edad indefinida detrás de la barra, un mostrador con tapas aceitosas, un boleto de lotería colgado de la pared, un espejo gigante que deforma las imágenes, una escalera de caracol en un rincón, una máquina tragaperras con dibujos de islas de colores diferentes que dan vueltas y más vueltas, tres peldaños y un lavabo de puerta diminuta, un enjambre de veinteañeros en las mesas del fondo, un último cigarro, nueve y cinco de la noche)

(el humo empapando la ropa, media hora hasta el próximo tren de vuelta a casa. pienso en mi padre, en qué estará haciendo en ese preciso momento —hay unas líneas que nos unen, unas líneas que nos dibujan a ambos con precisión y que yo insisto en borrar hasta la herida, líneas que no desaparecen nunca—. juego con el teléfono, no puedo concentrarme en la lectura del libro que llevo en el macuto, mando un mensaje que nunca tendrá respuesta, llama daniel y hablamos un rato, me alegro por él y por esa fe ciega con la que mima todo lo que le rodea, algo imposible para mí)

(doy vueltas en la cama, respiro en el edredón y me embriago de aire caliente, me costará dormir, la televisión ya se apagará, cualquier canal en ciclos de treinta minutos repitiéndose una y otra vez, luces azules en la pared blanca y el vacío en el pecho)