domingo, 7 de noviembre de 2010

la vida en el tren, la vida hasta cansarte. la mujer tiene el pelo ceniza, ralo, fino, corto, peinado con raya al lado, una blusa de viscosa color fresa y vetas oscuras, pantalones amplios y negros, zapatillas de footing marca nike, tres gruesos anillos de oro, dos de ellos con piedras que brillan y los ojos pintados con sombra azul, labios carmín. tiene unas manos blancas, inquietantes, de uñas largas y cuidadas, sin pintar, una bolsa blanca de plástico y fuerte acento maño al hablar

porque habla con su hijo, un treintañero alto y grueso, con el pelo engominado y peinado hacia adelante para disimular una calvicie incipiente, la nariz roja llena de venas, la mirada seria, jersey gris, camiseta blanca, tejanos índigo y zapatos marrones de sport, un ipod que no deja de toquetear mientras contesta con monosílabos a las preguntas de su madre

bostezo, cierro los ojos, tengo sueño, bostezo más aún, un grupo de adolescentes franceses que parlotean y cantan, han subido en les planes, llevan sillas y banderas vaticanas, son las doce de la mañana, me apetece dar una vuelta por el centro mientras espero a míriam. hemos quedado para comer, dos y media delante de la fnac

ella está cansada. lleva una semana trabajando un montón de horas más de la cuenta y, además, el master está en su recta final, con lo que el trabajo a dedicarle es cada vez mayor. tiene fiebre y unas llagas en la boca que no tienen buen aspecto. deberías comer fruta, le digo, y le cuento no sé qué acerca del escorbuto en los barcos y la importancia de comer limón, gilipolleces que no me creo ni yo y que me convierten en transparente delante de ella. deberías comer más fruta, toda una declaración de amor

pasan las horas. míriam se ha quedado en casa y yo he vuelto a barcelona porque esta noche ceno con mis amigos, y es que el cumpleaños de juank debería ser una buena celebración. como, bebo, fumo, hablo, me relaciono con normalidad, o eso creo. puedo aprobar el examen, claro que sí. después de los gintonics ellos volverán a casa en metro y yo en un bus nocturno del que ignoro horarios y ruta, todo salvo una parada concreta. es entonces que echo a andar en dirección contraria

sólo tengo que caminar la calle ramón y cajal hasta torrent de l'olla, subir hasta ros de olano, seguir por cigne hasta via augusta y esperar el puto autobús que me llevará de vuelta a mi exilio. es fácil, no se me exige nada, no hace frío, hay gente en la calle porque es la hora a la que cierran los bares y todo el mundo está intentando encontrar su lugar en el mundo. hablamos de quince minutos a paso tranquilo, las manos en los bolsillos y una pequeña mochila azul en la espalda

precisamente por eso, la dirección contraria. bajar por torrent de les flors, seguir por travessera de gràcia, bajar por bailén hasta aragón y allí, la nada, la cabeza en blanco, preguntándome por qué he hecho eso, qué pretendo, de qué huyo. no existen las respuestas, tan sólo los pasos, las esperas en los semáforos en rojo

regresar. subo por passeig de gràcia hasta gran de gràcia, giro a la izquierda por cigne y esta vez sí, por fin estoy haciendo lo correcto: una parada de autobús con cien borrachos y mil chicas cansadas. ha pasado una hora y media y una vida

pepe se tambalea, sus amigos bromean con él, pepe es alto, con patillas pelirrojas y unas gafas mustias a punto de caer, a saber qué pollas se ha metido pepe en el cuerpo para estar así de asqueroso. una chica me pisa varias veces, no pasa nada, es imposible cuando está tan lleno, sonreímos aliviados. conduce un chico muy joven con infinita paciencia, la ciudad a oscuras, las luces en la montaña, el frío en la calle, el humo del último cigarro del día mientras camino por sant bonaventura. pienso en helena porque al bajar por bailén he pasado por delante de su casa. la polla se me ha llenado vagamente de electricidad recordando su boca y es entonces que he buscado las llaves de casa, seis de la mañana, primer domingo de noviembre