domingo, 28 de noviembre de 2010

el exilio interior. una imagen en blanco y negro, aislamiento, frío recorriendo la espalda, la paz en todas y cada una de mis vísceras, la sonrisa que sólo veo yo

(aquí van pasando los días. quedan heridas en los dedos. quedan ausencias a las que no tardaré en acostumbrarme. queda el calor bajo el edredón blanco y alguna noche con fiebre)

(sueño que mi madre muere, que subo por un terraplén que une una estación cualquiera con un pueblo cualquiera. sueño que hablo con una chica que se llama teresa y que ella me da una libreta de color magenta. irás arrancando las hojas, me dice, y yo me siento como hansel y gretel mientras escribo y escribo, adultos es la única palabra que escribo)

(no es una estación cualquiera porque sé que estoy en mollet del vallès aunque no se parece al pueblo que conozco. es una pendiente que parece no terminar nunca, tierra abierta por la lluvia y seca por el sol y el paso de los días. pienso en teresa y en esas hojas de color color y esa palabra —adultos— que no debe quedar partida, son sólo tres sílabas de largo desigual)

(despierto y pienso que mi madre muere. pienso en las cosas que nos unen, en lo exiguo de nuestras conversaciones, de nuestra relación, en cómo será todo cuando ya no esté, en si sabré enfrentarme a ese vacío, a su presencia como un fantasma)

(mi madre como una fotografía borrosa que irá desapareciendo con el tiempo, alguien en quien apenas reconocer a la persona que era hace diez años, hace veinte, hace cuarenta. mi madre en el momento del parto, la sonrisa de mi madre adolescente, la mirada de mi madre aún niña, sus pasos silenciosos al caminar, lejos, cerca, punto ciego, desvanécete)