(el otro día estuvimos en otro bar, uno en una calle pequeña de casas viejas, por detrás del mercado. había una televisión con un partido de tenis sin volumen y una radio hilvanando canciones fáciles. bebimos cerveza y planeamos algo para el futuro. había también una chica preciosa leyendo el diario y míriam me contó de ella, de helena. pensé que la piel sólo podía lloviznar historias tristes, que no podíamos ganar ni aquí ni allí)