domingo, 8 de noviembre de 2009

y también estuve en ucrania, sonríe patrícia. supongo que en todos los conciertos siempre hay gente a la que no esperas encontrar. no me gustan sus manos pero tiene una sonrisa bonita, una sonrisa ida y tranquila, la clase de sonrisa que es la pieza que falta en el puzzle

qué coño hay en ucrania?, pregunto. setas, setas alucinógenas. he traído unas cuantas. patricia sigue sonriendo. apesta a la marihuana tóxica que fuma todo el mundo por aquí, la de ese amigo tuyo, joni, el esquizofrénico. joni no es esquizofrénico, objeto. sí, pero no me negarás que es raro, que tiene unas preguntas que son extrañas y que a veces se queda hablando solo. bueno, yo también hablo solo, respondo. sí, pero es diferente. por qué es diferente? porque yo no fumo la mierda ésa? sí, quizás sea ésa la diferencia, no sé. el caso es que joni es un esquizofrénico y tú no lo eres. las afirmaciones tajantes de lídia, porque patrícia sigue sonriendo, como si se hubiera quedado en pause. y entonces pienso en lo de las setas y en sus manos haciéndome una paja y siento unas ganas de vomitar para adentro que no puedo con ellas

aquí todo el mundo está colgado. la sala está llena, quizás doscientas personas en un zulo irregular de poco más de cien metros cuadrados, con el escenario al fondo. es imposible saber de qué va ésto porque es algo que uno sólo puede entender con mucha droga encima. los lavabos son una experiencia en sí misma, así que le doy todas mis consumiciones —cinco, en total— a lídia. no quiero beber nada. no quiero tener nada que ver con este sitio ni con nada. tengo un montón de horas por delante y necesito estar lúcido, lúcido y tranquilo. tengo diarreas. no he comido desde el viernes al mediodía. por el contrario, sí he bebido. me siento como si estuviera haciendo equilibrios sobre la barandilla del puente, con el cardener brillando treinta metros más abajo a las once de la noche. el agua está helada. elijo un rincón y me siento. a lo largo de la noche conseguiré dormir varias veces, no más de diez minutos en total. más que suficiente

pienso en kolo. la tarde antes fui a recoger a míriam a la pere tarrés, la fundación donde está realizando su tercer máster en no sé qué. como llegué antes de tiempo, elegí un bar cercano para esperarla. cuatro cervezas en una hora mientras escucho las conversaciones que se resbalan detrás de mí. son las ocho y pico y la zona alta de la ciudad despierta. cuarentones profesionales liberales vestidos de esport y con la cartera llena de billetes de cincuenta. hablamos de putas al final de la noche o de farlopa. hablamos de chaperos. hablamos de cualquier cosa para la que uno necesite seiscientos euros un viernes a las ocho y pico. chicas resplandecientes que esperan mientras beben copas de cava. hablamos de la calle santaló, entre via augusta y travessera de gràcia. hablamos del asco que siento

kolo es brillante, de todas maneras. pantalón vaquero de pitillo, zapatos salvatore ferragamo, camisa azul oscuro, jersey de cremallera granate y americana de pana negra. sombrero stetson y perilla. un negro de poco más de veinte años que entra en el bar y saluda a todo el mundo con una enorme sonrisa, disculpándose por no haber atendido las llamadas la noche antes. estaba cansado, lo siento. kolo se convierte en mi ídolo instantáneo. sus zapatos valen todo lo que tengo en el banco y apostaría doble o nada a que es el dealer oficial de toda esta pandilla de hijos de puta. kolo se sienta en la barra y pide unas patatas bravas y una botella de agua mineral con gas, come tranquilamente y se despide del gordo de la puerta prometiendo verse más tarde. brindo mentalmente por kolo y por sus negocios. él no ha elegido venderle mierda a todos esos desgraciados que serán el público de la sala donde tocaremos al día siguiente, paletos que se meterían cualquier mierda por la nariz. no, kolo ha elegido subir varios escalones y pudrir pocas cabezas, pero escogidas: saludables treintañeros con ganas de emociones fuertes. bien por kolo, y me pido otra moritz más

una bonita bola de ruido, con pocos momentos de dispersión, como una sucesión de puñetazos, un mantra eléctrico de los que te hace cerrar los ojos. no sé cuánto hemos tocado, pero podría ser una hora, cincuenta minutos, no sé. al acabar me siento bien, como en paz conmigo mismo. me duelen las piernas porque la tensión se me acumula en los músculos. pronto será de día y no tengo sueño. me pongo cómodo en el tren de vuelta a casa. el cielo empieza a arder a la altura de viladecavalls, como una explosión lejana y tranquila que crece muy despacio. me siento feliz porque es casi el fin del mundo