lunes, 8 de junio de 2009

quiere llover y el aire frío se me queda pegado en los dedos. hoy hablamos de las elecciones, de la lectura parcial y interesada de las estadísticas, de mis ciento setenta y cinco mil ochocientas noventa y cinco razones para no creer en su democracia. pienso en el trabajo como una rueda que tengo que empujar a través de la ciudad. lunes de sandalias, de tiritas en los pies, de ganas de mear continuamente

lunes de pensar en esa chica el otro día, la de las zapatillas rojas, la que estuvo escribiendo en un cuaderno con dibujitos en las tapas durante la mitad del trayecto hasta manresa

o esa otra, la vasca que llamó primero a su chico para decirle que le esperase en casa porque no tenía llaves y después llamó a su madre para decirle que había llegado bien. en la mochila llevaba un paraguas plegable con estampado de florecitas

la primera, la de las zapatillas rojas, escuchaba música. la pantalla redonda de su ipod brillaba a través de la tela finita de su bolso, hipnotizándome. la vasca sólo miraba por la ventana, con los pies descansando en el asiento de enfrente. tenía sandalias de cuero y los pies pequeños. si hubiera sido un tío la habría odiado

en el resto de gente en el vagón. el tipo de camisa naranja y chaleco negro que estuvo durmiendo durante todo el viaje detrás de unas gafas de sol de bacala de extrarradio. el revisor que pasó y no pidió billetes. los dos africanos con un fardo de tela tan grande que podía contener el mundo entero. el chico que metió la cabeza en un montón de hojas llenas de números y se quedó clavado allí, entre signos extraños y desordenados. tenía un cordel verde atado al tobillo y bambas levi's llenas de mierda. el paquistaní de la camisa de cuadros

las últimas treinta páginas del diario de hélène berr como un espejo que refleja el sufrimiento del mundo, mis ojos de animal atrapado