domingo, 7 de junio de 2009

podría matarlo ahora mismo y no sentiría absolutamente nada, digo en voz baja. supongo que quizás revela algún tipo de psicopatología, no sé, añado. míriam mira de reojo. dos hombres jóvenes con gafas de sol que hablan en la mesa contigua. tres metros y dos mundos de distancia. dos niños con una bicicleta revoloteando por la plaza. el hombre más joven, el de la piel más blanca, lleva el peso de la conversación. polo, tejanos y bambas. adidas, levi's, reebok. el más mayor asiente. pelo larguito, raya al lado, camiseta blanca lisa, rematadamente bronceado, docker's, náuticos de invierno, llavero billabong. el típico pijo de libro, un álvaro como mil más. le llaman por teléfono y se aleja para tener privacidad. se mueve como si estuviera en un desfile, sabiéndose el centro de todas las miradas. álvaro camina a las diez y diez

nuestro animal está separado y hoy le tocan los niños. no ha preparado comida y ha encargado un pollo que tiene que pasar a recoger a la una. el hombre más joven les compra a los chicos una bolas sorpresa en la máquina de las bolas sorpresa. una tiene un muñeco y la otra, una pelota de goma. las bolas sorpresa se quedan en el suelo. sólo son trozos de plástico que nadie ha pensado en tirar a una papelera. pienso que podría matar también a esos niños y no sentiría absolutamente nada. podría incluir en el paquete al hombre más joven, podría dispararles en las rodillas sólo para ver cómo se retuercen de dolor. miríam me mira, sí, quizás sí haya algo así, y se moja los labios con mi cocacola