domingo, 2 de noviembre de 2008

todo se ha ralentizado al máximo. lloviznaba cuando llegamos al restaurante. reímos y nos rozamos las manos. nos manchamos de las conversaciones de los demás. el calvito de la mesa de la derecha apenas come. un monólogo incomprensible ahoga las ganas de vivir

empezar otra vez. todo se ha ralentizado al máximo. una gran librería. una chica —que habla el delicioso catalán en extinción que hablan en mallorca— pregunta por un libro. no está segura del título ni del autor, pero sí recuerda con precisión el argumento: una misma historia escrita muchas veces desde diferentes puntos de vista. también que el autor es francés. en su teléfono suena el politono de una canción de los smiths. el dependiente empieza a teclear en el ordenador conectado con una gigantesca base de datos, con la esperanza de poder encontrar la aguja en el pajar

empezar una vez más. todo se ha ralentizado al máximo. no estamos preparados para sobrevivir a nuestros hijos. en la fotografía de la mesita de noche, la doctora isabel camps firma unas recetas un mes antes de su muerte, acontecida por atropello a los treinta y dos años. se me llenan los ojos de lágrimas cuando, instantes más tarde, el señor pere camps cruza la calle con el periódico bajo el brazo y el sol del mediodía le deslumbra mientras abre la puerta de casa. en la plaza, la gente empieza a ocupar las terrazas porque es sábado y sí, el día es precioso y nadie tiene miedo a morir

empezar la última vez. todo se ha ralentizado al máximo. el camello de los niños se saca bolsitas de la sudadera, cambiándolas sin disimulo por billetes arrugados en la puerta del bar de siempre. envuelto en un enjambre de quinceañeros, el camello de los niños agota existencias a las doce y pico de la noche. voy a buscar a mi mujer, dice, y vuelvo enseguida. pienso en cómo sería patear su espalda mientras dejo el vaso en el suelo. jacint me habla pero ya no estoy allí: es hora de irse a casa